Tras un mes de abril encapotado, fresco y lluvioso, la naturaleza emerge en esta atípica primavera y explosiona con todo su esplendor, verdeante en colinas suaves de pinadas y bancales sembrados de trigo y cebada en una ruta digamos circular que se inicia en el mirador de la Carrasqueta y, tras 24 kilómetros, culmina en el sinigual Pou de la Neu, casi tocando las nubes
Huele descaradamente a romero, a tomillo y a pebrella. Y el aroma a tierra y hierba aún mojada invade el ambiente.
Los rayos de sol despuntan por cerros y colinas dejando a su paso reflejos de vida en los bancales verdeantes de tallos adolescentes de trigo y cebada. Entre algodones.
Brilla la montaña de Jijona, mas brilla aterciopeladamente.
Estamos en el corazón del corazón de la Carrasqueta y nos disponemos a practicar senderismo alrededor de una ruta digamos circular de unos 25 kilómetros que nos ocupará desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde, eso sí, con sus correspondientes paradas para saludar a los lugareños que nos encontramos al paso, para degustar un bocadillo y un trozo de turrón Jijona regado con bebida isotónica y, como colofón, para tomar café y agua fresca en la coqueta terraza del restaurant&hotel Pou de la Neu y ver pausadamente y en silencio luces y sombras insustituibles de un atardecer de mayo cualquiera.
Esto es la montaña de Jijona en plena explosión de la primavera y aquí se lo contamos.
Nos produce alegría que, mientras caminamos entre el párking del mirador panorámico, en el puerto de la Carrasqueta, y el entrador de la pista rural que conduce a la font de Vivens, en ese mismo instante sale un vehículo cuatro por cuatro de la Guardia Civil.
Signo inequívoco de que la montaña jijonenca no está exenta de vigilancia, sobre todo frente a la acción de quienes no respetan lo más mínimo la naturaleza, la madre de todas las madres.
A escasos metros nos internamos por dicha pista forestal, donde luce un cartel del Ayuntamiento de Xixona en el que se indica que la pista tiene 1,8 metros de anchura, algo totalmente incierto y que no sabemos muy bien a qué responde.
En el Portet, junto a uno de los neveros más bellos que quedan en la zona, se escuchan golpes. Algún operario de mantenimiento de máquinas pesadas que han trabajado durante los últimos meses en fincas tanto pública como privadas para adecentar el monumental desaguisado de pinos y carrascas que dejó a su paso la tormentosa borrasca Gloria, en enero de 2020. La particular pandemia de nuestro bosque, que, afortunadamente, no ha germinado en la mayoría de barrancos.
Pasando por las curvas que trasladan hacia el Mas de Brossa, debajo justo dels Esberzerets, un pico correspondiente ya al vecino término municipal de Ibi que protegen la zona del ventisco del invierno, huele a hierba mojada. A tallos tiernos de cereales en progreso incesante tras la lluvia de abril. También hay aroma a aniamales, quizás atravesaron la vereda unas horas antes, al amanecer, dada la notable cabaña de ciervos, muflones y cabras arruís.
Por no hablar del inmisericorde jabalí o cerdo salvaje, que abundan y con grandes bocas, blanco pelaje y considerable altura.
Proseguismos nuestra ruta bajo los hasta ahora desconocidos rayos de un sol de justicia, salpicados por nubes tan blancas como las nieves que cayeron por aquí incluso con la entrada de la primavera en el recordado puente de San José. Parece que aquellas nieves y la lluvia de abril ha sido como agua de mayo.
Hasta una carrasca antañona totalmente devastada por las garrans nieves de Gloria presenta importantes tallos para su reconstrucción futura. El agua aquí es vida y lo nota la campiña.
Bien que lo saben laderas suaves y barrancos exabruptos afectados por la caída a plomo de pinos o con sus troncos tronchados, que han sido retirados en su mayoría por las máquinas de la multinacional medioambiental contratada. El monte reverdece directamente proporcional a la llegada del sol tras un mes de agua y nubes. Cebadas, trigos, algún almendro despistado, higueras y nogales, junto a carrascas y coscojos más jóvenes que también florecen y presentan un esplendor medido en fusión de colores ocres, anaranjados y marrones.
Es esa sensación de calor al sol y fresco a la sombra que no se separa hasta llegar al barranco del Tressinal, una de las zonas cero de la funesta borrasca Gloria.
Atrás dejamos los primeros montones de biomasa en forma de troncos y de virutas de madera pasada a navaja de máquina. Grandes cantidades que, tanto en fincas privadas como en los montes públicos de Vivens, deberían ser despejadas antes de la prevista canícula.
Hemos despedido las bancaladas, muchas de ellas en barbecho o directamente abandonadas, junto a Brossa, pasamos por la Monya y enfilamos, barranco profundo abajo, la llegada al Arcaid (que no Arcadia) y a los bancales de Coloma, aún repletos de más madera. Toneladas y toneladas de madera aún sin retirar.
Águila menor, ciervos, arruís, muflones, jabalíes
Un águila, de las del tipo perdiceras de menor tamaño y planeo, nos saluda mientras remojamos nuestra cara y nuestros brazos en lo más profundo del Tressinal, en un pequeño pozo con portón de madera comida por el sol. Tras escuchar algún ruido intenso procedente del interior del espeso pinar, que aquí se mezcla con verdes más intensos y frescos de alguna haya, preparamos la cámara de video pensando, quizás, en que nos sorprenda alguna cabaña de asilvestrados ciervos, arruís o muflones.
No hay suerte en esta ocasión, pues el sonido se va perdiendo en sentido contrario, hacia lo más profundo del pinar que se pierde en el barranco. Pero es que ni siquiera el canto de la perdiz, antaño esa patirroja dueña y señora de estos cabezos. Siempre nos queda el arrullo con el que cortejan las palomas torcaces que deciden echar raíces aquí y nunca más emigrar a África.
Otros sonidos proceden desde la pista forestal veraz del Arcaid, lejos del silencio de profundo Tressinal. Son máquinas también pesadas que van a operar en el arreglo y mantenimiento de un camino particular, en el cruce entre el camino de Vivens y la font de Gordollobos, sin duda un lugar recóndito de la montaña jijonenca, donde rezuma la paz y el sonido delicado a agua, donde el alma encuentra la paz y el sentimiento de misterio.
Un lugar diríamos mágico en el que sólo te sientes observado por los anaranjados riscos que prosiguen la Llibrería y el Salt del Moro, junto al comienzo del barranc de Ibi. Uno de esos sitios, que aquí no vamos a desvelar, donde anida la casi inexistente en España águila real, la águila de todas las águilas. Un bellezón andante que ahora surca menos los cielos en tiempos de pollada.
Ante tanta belleza plástica, ante tanto horizonte verde donde la vista se confunde con el azul del cielo de mayo, volvemos a remojarnos en una escuálida fuente de Gordollobos
Ante tanta belleza plástica, ante tanto horizonte verde donde la vista se confunde con el azul del cielo de mayo, volvemos a remojarnos en una escuálida fuente de Gordollobos, con un chorro menos generoso del que esperábamos tras las últimas lluvias. Una rama gruesa, sin duda gracia de algún excursionista desgraciado, invade la balsa de extremo a extremo. Balsa adornada de verdes negros zarzales también hambrientos de primaveral crecimiento.
Y en eso que, tras recitar en voz alta a la roca roja de enfrente unos versos d’Espriu, emprendemos la dureza de la subida, la cual ya no abandonaremos hasta dentro de algunas horas y algunos kilómetros a más de 1.200 metros, en el Pou o cava de neu, con restaurant y hotel. Parada y fonda obligada para todo senderista que se precie.
Nos cautiva de nuevo el misterio, el silencio y la sombra en el ascenso hacia el depósito de aguas de la Penya Reona no sea que apareciesen, surgido de la nada, las cabañas salvajes. Pero ni por esas. Las dóciles en ocasiones extremas cabras arruís han escogido hoy algún otro terruño allende las Penyes de Roset, en algún recóndito escondrijo de les Penyes Migjorn o del Migdia.
Sitio, sin duda, tienen ante tan vastísima extensión de sotobosque.
La subida de la pista forestal que bordea la cresta de la Carrasqueta, entre la Penya Reona y el puerto, ofrece aún signos evidentes de lluvia. Charcos en badenes que son todo un juguete para los jabalíes, ávidos de restregarse en el barro para quitarse los parásitos. Muestras hay de pelos como escarpias. Y pisadas que más parecieran de buey que de esta otra especie salvaje.
Arreamos pista arriba sin descanso, si acaso algún fugaz parada al frescor de un pino o una joven carrasca.
El sonido inconfudible de piedras rodando nos avisa de que hay deportistas en la zona. En efecto, pista abajo, con pisadas firmes y zancadas de órdago, una pareja de runners jijonencos, ajenos al sol justiciero de las cuatro, avanza hacia su punto de salida, o sea, el pueblo del turrón.
Donde también anidan los jóvenes tortolitos con abrazos y besos a la hora de la siesta y donde la barandilla es inicial lugar de peregrinación para promesas y/o exvotos
El lugar es no sólo ideal para los senderistas, de zancada más pausada. También lo es para runners y ciclistas, conscientes como son de que aquí el oxígeno está ciertamente filtrado y purificado por la proximidad de las nubes y el radiante cielo.
Y volvemos a nuestro punto de partida, el coqueto mirador panorámico que enlaza con el antiguo camino de Alcoy, donde los burros de carga trasladaban todas las mercancías, incluido el turrón; aquí también anidan los jóvenes tortolitos con abrazos y besos a la hora de la siesta y la barandilla es, además de atenta notaria de lo que allí ocurre, inicial lugar de peregrinación para promesas y/o exvotos.
Pese a flaquear nuestras piernas tras un puñado de inacabables kilómetros, nos espera aún el café y el agua fresca del tabernero de arriba, aún más cerca de las nubes, todavía más próximos al cielo. Donde otear el horizonte, con el mar Mediterráneo en lontananza, causa sensación de descanso y de paz.
Es el pou o cava de neu, junto al hotel y restaurante reabierto desde hace casi un año por el Ayuntamiento. Es, aunque suene a tópico, un sitio único en este municipio dulce, Jijona, donde la Naturaleza con mayúsculas ha sido, además de bondadosa, quizás una pizca generosa.
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