Lo relata el escritor Antonio Coloma Picó, autor del libro ‘Jijona, gentes y paisajes’, que fue editado por la Obra Social y Cultural de la Caja de Ahorros Provincial de Alicante y cuya lectura aconsejamos en días en que se celebra el Día Internacional del Libro
Reproducimos aquí, íntegramente, este artículo dado lo histórico de este acontecimiento que, sin duda, cambió la vida de las personas en Xixona y en todos los lugares del mundo: el automóvil.
«Estamos en 1908.
La ciudad, confinada desde siglos en las rocosas laderas del Castillo, se fue extendiendo por la hondonada. Las construcciones de la Plaza avanzaron hasta el huerto de don Marcos. Una tapia pone fin a la ancha calle y la separa de la señorial hacienda, paraíso vedado a la curiosidad infantil. (¡Oh famuloso ‘lleoner’ de las incursiones nocturnas!).
Hacia el sur se disponen los materiales para las primeras casas el Barrio. Desde las escuelas próximas acudirán los escolares para vadear las balsas de cal viva, para saltar las zanjas de los cimientos, para columpiarse en los varales de los carros.
En las fábricas se trabaja a brazo, silenciosamente. La miel -como el vino, como el aceite- circula en grasientos odres que hay que exprimir
En las fábricas se trabaja a brazo, silenciosamente. La miel -como el vino, como el aceite- circula en grasientos odres que hay que exprimir. Y, en plena calle, un hombretón pasa el dá dando recios tirones a una cuerda, sujeta a una argolla de la pared, cuerda que va enrollando a lo largo del cuero.
Se resisten los jijonencos a renunciar al atuendo típico. Las mujeres se ajustan graciosamente el bordado ‘mocaor’ de fino fleco. Muchos campesinos siguen cubriéndose con el negro sombrero de ‘roeta’.
En la ciudad y en el campo se trabaja rudamente; pero la tierra, pobre, y la industria, limitada al último trimestre del año, motivan el éxodo de muchos hombres
En la ciudad y en el campo se trabaja rudamente; pero la tierra, pobre, y la industria, limitada al último trimestre del año, motivan el éxodo de muchos hombres. No pocos acuden a los tejares de Madrid; otros, Andalucía adelante, exploran abruptas serranías, en busca de la codiciada grana. No faltan los que se aventuran a cruzar los mares, rumbo a las Américas.
De la tarea pasemos a la expansión.
Jubilosamente se congrega el pueblo en los porrates, en las monas, en las fiestas del Corpus. Goza de lo lindo el mocerío. Alborotan la dulzaina y el tamboril y, en lo alto de una caña, aletea el trabado pollastre que unos mozos se disputarán en emocionante carrera. Ya de noche, se baila la jota. Al ímpetu garboso de los brazos en alto, sucede el entrecruzado de las parejas, en perfecto encaje de manos, encontradas al paso, en la exacta posición de cada danzante.
Espléndida será la fiesta mayor, con sus moros y cristianos; pero como preparación y anticipo, se instalan grandes focos en la plaza, se monta un alto templete para la banda de música
Espléndida será la fiesta mayor, con sus moros y cristianos; pero como preparación y anticipo, se instalan grandes focos en la plaza, se monta un alto templete para la banda de música que actuará en las verbenas, se alzan dos mástiles y una caseta para el cine público. Desde las más altas callejuelas bajarán sus vecinos, con sus sillas en alto para deleitarsew con las temblorosas películas.
Contadas veces se altera el cotidiano sosiego de la ciudad. Es el húngaro, portador de un oso, al que hace abilar al son del pandero entre las aclamaciones y risas de la asombrada concurrencia; o la salida de un bautizo, con la gritería infantil exigiendo confitura a los padrinos; acaso el incendio del hollín de una chimenea, con el alarmante «foc, foc», que congregará a una legión de voluntarios bomberos, portadores de cubos de agua.
Durante el día, sólo el traqueteo de algún carero denuncia el tránsito por la carretera que cruza el pueblo. De madrugada suena el cascabeleo de las diligencias que marchan hacia la capital.
Pero una mañana cunde una extraña inquietud entre el vecindario. Algo inusitado va a suceder, a juzgar por la temprana animación. Se arremolinan los curiosos y la gran noticia se difunde con la velocidad del tópico reguero de pólvora. Hacia la carretera de Alcoy marchan grupos de impacientes, que avanzan hasta el sifó, hasta el tallat.
De pronto, se percibe un creciente rumor y un raro petardeo. Y entre un tropel de grandes y chicos, que se adelantan vociferantes, irrumpe en el pueblo un extraño armatoste
De pronto, se percibe un creciente rumor y un raro petardeo. Y entre un tropel de grandes y chicos, que se adelantan vociferantes, irrumpe en el pueblo un extraño armatoste, con aspecto de tranvía de verano que avanza entre una nube de polvo y se detiene ante un céntrico cafetín.
La muchedumbre no da crédito a lo que está contemplando con ojos absortos y se agolpa con precauciones en torno al humeante vehículo».
¡Momento inefable!. Las sosegadas gentes de Jijona ya pueden viajr en automóvil».
(LA ILUSTRACIÓN A PLUMILLA DE ESTE ARTÍCULO DE ANTONIO COLOMA PICÓ ES OBRA DEL RECORDADO ARTISTA LOCAL JOSÉ EDUARDO LÓPEZ MIRA)
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