«En Mona, las meriendas eran algo frugales, con menú inalterable: pan, embutidos, habas, huevo, vino, naranja y toña»

Antonio Monerris Hernández, conocido popularmente como ‘Toni el Cartero’, publicó en el año 1985 el libreto Antiguas Costumbres Jijonencas, editado por la Asociación de San Bartolomé y San Sebastián con la colaboración de la Caja Provincial de Alicante y recoge un comentario por mes, así como otros relatos breves anexos sobre cine, fiestas, deportes, nomenclatura de calles y otras curiosidades locales

Una pequeña loma o páramo no muy extenso cerca de la ermita de San Antonio Abad era el escenario casi total de la mona de Pascua en cuanto a los tres días. La afluencia vespertina de gente al citado lugar era inmensa. Los que no cabían en el paraje citado debido al enorme gentío se acomodaban en eras no muy lejanas al lugar.

Y, para que hubiera de todo, a un extremo de la llanura el llamado tiro de conejo, que consistía en el premio de una pieza para la merienda si el animal era lapidado por el tirador

Rondallas, juegos populares, canciones, cometas de papel (cachirulos), en manos de los que intentaban alzarlos con ayuda del viento, bailes típicos, todo formaba un cuadro plástico propio para quedar inmortalizado en aquellas inolvidables tardes. Y, para que hubiera de todo, a un extremo de la llanura el llamado tiro de conejo, que consistía en el premio de una pieza para la merienda si el animal era lapidado por el tirador, que atado por las patas traseras en una cuerda horizontal sostenida a ambos extremos por sendas estacas aguardaba las mortales pedradas del monero.

Las meriendas, cuando la diversión ya había tocado a su fin, eran algo frugales, pero de menú casi inalterable: pan, embutidos, habas tiernas, huevo cocido, vino, toña, naranja… y con los estómagos llenos el alegre regreso a la ciudad, cantando canciones populares para llegar en las primeras sombras de la noche a la plaza, donde se formaban grandes corros por parte de los moneros con la jocosidad propia que marcaba el apoteosis de la jornada.

Ocho días después, en la conmemoración de la festividad de San Vicente Ferrer, la mona vespertina con todo su aire de repetición, tenía un doble carácter con respecto a sus asistentes. Sumándose gran número de personas mayores al jolgorio del lunes último de la celebración de la Pascua con cierto aspecto nostálgico. La merienda, casi en la mayoría de los casos, en casas de campo ya revestía la costumbre de los hogares en cuanto a alimentos condimentados a la lumbre.

Los empresarios teatrales, cara al buen tiempo, deleitaban al público con alguna que otra función lírica; existía aquí una gran afición a la zarzuela como asimismo al género de la comedia y el drama

Y, al regreso, la gente joven organizaba la misma algarabía que la de los días que ya pasaron y esta jornada ya caída era la despedida definitiva de la Mona. Tras el silencio y la calma al esfurmarse todo lo antedicho, había que ocuparse de otras cosas. La añada campesina se presentaba bastante bien y la ciudad, activa en sus quehaceres cotidianos en cuanto a sus actividades menestrales.

Los empresarios teatrales, cara al buen tiempo, deleitaban al público con alguna que otra función lírica; existía aquí una gran afición a la zarzuela como asimismo al género de la comedia y el drama. Y, a pesar de que en nuestra ciudad no se conocían peñas taurinas, si bien existió un viejo coso, detrás de la plaza de las Monjas y otra plaza, junto a la actual travesía del doctor Fleming, había una gran afición a las corridas de toros.

(LA FOTO MONERA ESTÁ SACADA DEL GRUPO DE FACEBOOK DE XIXONA ANTIGUA)

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