«Era muy frecuente, al mediodía, que algún comensal dijera: ‘Taula de maig’»

«Gran número de jijonencos emprendía viaje en mayo a Madrid, al objeto de trabajar hasta el mes de septiembre en los tejares situados en los extremos de la Villa y Corte», según relata el escritor y excronista de Fiestas de Xixona, Antonio Monerris Hernández, en su libro ‘Antiguas Costumbres Jijonencas’, editado por la Asociación de San Bartolomé y San Sebastián en 1985

Era muy frecuente, a la hora de la comida del mediodía, que alguien de los comensales exclamara, humorísticamente, «taula de maig» -mesa de mayo-. en alusión a la falta notable de hortalizas y verduras (y en cuanto a las frutas, ni soñarlo), ya que este mes, llamado de las flores, siempre ha sido pródigo en la escasez de los productos nombrados.

En estas jornadas primaverales, arreciaba el trabajo en el campo y se iniciaba la ‘siesta’, una vez pasado el día de Santa Cruz.

Gran número de jijonencos emprendía viaje a Madrid, al objeto de trabajar hasta el mes de septiembre en los tejares situados en los extremos de la Villa y Corte, en gran cuantía y algunos de ellos limitando en las tapias de las necrópolis del Este.

Mucha gente poseedora de pájaros cantores enjaulados los llevaba con el encierro de la caja de alambre a la iglesia, a la misa mayor, donde las pequeñas aves prisioneras cantaban alegremente

El largo mayo, en sus postrimerías y en caso de una Pascua baja, nos traía la festividad de la Ascensión. Aquella mañana, los viejos decían que los pájaros en tan señalado día no hacían nido; y mucha gente poseedora de pájaros cantores enjaulados los llevaba con el encierro de la caja de alambre a la iglesia, a la misa mayor, donde las pequeñas aves prisioneras cantaban alegremente permaneciendo en el templo hasta después de la misa de once.

También había quienes se dirigían a los olivares, a mediodía, para observar dichas plantas en virtud de una vieja leyenda local en la que se decía que a las doce del día las hojas del citado árbol se cruzaban, fugazmente y en un ver y no ver.

Se decía que a las doce del día las hojas del olivo se cruzaban, fugazmente y en un ver y no ver

 

 

 

 

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