El gélido amanecer del lunes 30 de enero no nos impide iniciar una de las rutas senderistas que más nos satisfacen en Xixona, la de aquella montaña que, aun estando en el término de Alcoi, consideramos un poco jijonenca y desde la que se divisan con nitidez (y en días como hoy pisando y comiendo la nieve) los cuatro puntos cardinales y hasta el skyline de Benidorm
Un buen amigo y lector del blog del turrón y el turismo Made in Jijona y sus redes sociales anexas nos envía apenas sí salido el sol una foto que confirma el frío. En la parte más baja y septentrional de la bella y fértil partida rural de Sot, los bancales no es que estén enharinados, sino directamente blancos del hielo escarchado. El grosor es considerable, aunque el azul del cielo y el rojo chillón de la Penya Migjorn pronostican ya, a eso de las ocho, una jornada de lunes más amable desde el punto de vista climatológico que el precedente fin de semana.
Venta Teresa. Nuestra primera parada y fonda obligada. Una suerte de estación base para no sólo motoristas y ciclistas, sino también para senderistas y corredores, eso que, a golpe de anglicismo que tan poco nos gusta salpimentado en nuestro bello castellano, se da ahora en llamar runner.
Y antes del café cortado perfectamente servido por los educados y gentiles hermanos mesoneros de la Carrasqueta (Toni, Gloria y María Teresa), cansados tras un finde de mucho trasiego alicantino en busca de la ansiada nieve que no llegó a cuajar, unas vistas panorámicas siempre de ensueño, siempre limpias, casi cristalinas, hoy aún más porque el día arranca nítido y el Mediterráneo y el cabo de Santa Pola se pueden casi tocar con la palma de la mano.
Dejamos nuestra estación base con lumbre en fenomenal chimenea, coronada con retrato de Gloria, la yaya de las motos y el giraboix, siempre venerada en este cruce de caminos entre el interior y el litoral, y emprendemos la marcha que hoy pretendemos hasta Els Plans. A 16 kilómetros desde este punto y a 1.330 metros de altitud sobre el nivel del mar. Quizás por tocar y comer la nieve. Quizás por el manto impolutamente blanco.
Aunque también con la certeza de que vamos a lograr, más que una proeza, una promesa.
Hacía justo desde el pasado 7 de abril que no alcanzábamos la cúspide de tan explanada y escarpada montaña salpicada de cabras sueltas y carrascas.
Un día, aquel 7 de abril, que arranca alegre, ufano y brillante porque, como ayer, también había nevado pese a la vigente primavera y por la compañía fenomenal en ruta de una hermana.
Y una jornada también aciaga y funesta por su final, pues acabó ese innombrable y frío día con el fallecimiento repentino e inesperado de mi hermano.
Hoy es una suerte de profunda promesa nuestra ruta kilométrica y gélida hasta el picacho dels Plans, aderezada con el vuelo incesante y lívido, más allá del chalet estudio del ilustre pintor López Fajardo, de los zorzales recogiéndose antes de regresar a las praderas y lejanos bosques soviéticos; con la panorámica siempre pulcra hacia el sur, hacia Jijona, nuestro pueblo de nacimiento y el de todos nuestros antepasados, y hacia el Mediterráneo, nuestro hogar de acogimiento.
Y también aderezada esa ruta que acaba de arrancar con lo humano al tropezarnos (en medio del sendero camino de Bugaia de modo fortuito) con La Vero, una jijonenca deportista tipo nórdica de postín, una mujer fuerte, valiente y solidaria, como bien demostró ella con su altruista iniciativa y el resto de runners xixonencs que la ayudaron hace unas pocas semanas subiendo a María Gómez en una silla bicicleta especial hasta lo más encumbrado y vertiginoso de la Penya Migjorn.
A veces, el magnetismo, la magia innata de la montaña, te proporciona hasta sorpresas gratas.
Y enfilamos aumentado exponencialmente nuestro paso firme hasta el destino el Camino Viejo de Alcoy, por donde nuestros antepasados, todos con sello y cáracter fenicio, subían y bajaban con caballerías y burros para transportar mercaderías, alimentos y utensilios.
Hoy, por ayer lunes, el camino arranca con una pancarta con una marca comercial jijonenca. Cuanto menos, nos causa sorpresa no exenta de curiosidad, pues nunca jamás habíamos visto algo similar decorando con logotipos la selvática naturaleza en nuestro medio siglo largo de triste y alegre existencia.
¿Por qué se secan los pinos en Jijona?
Es el título de un artículo que en breve escribiremos en el blog del turrón y del turismo rural, porque hoy ya tenemos bastante con relatar la caminata en clave periodística con sujeto, verbo y predicado, maridada con estilos literario y autobiográfico, otro reto como el de alcanzar ayer el picacho dels Plans.
Con paso firme y bucólica mirada a babor y estribor, a diestra e incluso a siniestra, si bien a esta parte última se halla salpicada literalmente la carretera de fatídica estadística motera.
Bucólica, pues el inmenso valle principal de Xixona, con la partida de Bugaia por bandera, verdea gracias a las generosas lluvias de la primavera pasada y bucólica porque, de repente, tras una coscoja, avistamos perfectamente la omnipresente Aitana manchada hoy descaradamente de blanco, de nieve y hielo y escarchas.
Y bucólica también porque nuestro incesante ascenso hacia el puerto de la Carrasqueta, primera meta volante de hoy, es directamente proporcional a la cercanía de la sierra más impenetrable y, por lo mismo, inversamente proporcional a la proximidad con el azul turquesa del mar y con el famoso y meloso pueblo del turrón.
Y en eso que saca la cabeza, de sopetón, el Puig Campana, enaharinado
Y en eso que saca la cabeza, de sopetón, el Puig Campana, enharinado, al igual que la Serrella y el Ponoch, tras las nevadas quasi costeras del domingo.
Jijona, que también ha sido y es cruce de caminos, parada y fonda, se empequeñece desde aquí arriba, casi salvando todo el camino viejo de Alcoy, a punto de alcanzar la carretera moderna.
Pero ese empequeñecimiento visual no hace sino engrandecer al pueblo dulcero por su extraordinaria y privilegiada equidistancia entre el mar y la montaña; entre el arenal y la sierra; entre el azul turquesa y el verde ocre.
Tocamos pelo. Tocamos carretera con la belleza expresiva de la paleta de colores que ofrece la partida noble de Bugaia.
Y toca observar declaraciones de amor en quitamiedos con testigos de excepción como la naturaleza virgen de la inmensidad del valle jijonenco en lontananza, hoy con blancos impolutos en cerros, cimas y picachos.
Y un ciclista armado hasta los dientes de nylon y tela técnica. Hoy no hay lugar para los entrenos de equipos ciclistas profesionales, no sea que les dé otro síncope hipotérmico como el del domingo en el interior calpino.
Hoy más que bibicletas vemos andariegos como nosotros mismos. Desde el mismo mirador de la Carrasqueta, hasta el mismísimo aparcamiento del cerrado, por no decir abandonado, hotel Pou de la Neu.
Alguno de ellos, de los andariegos, miran de reojo nuestro garrote o gayato de pulida madera de verdad, sin percatarse lo más mínimo de que a lo mejor deberían mirar de frente sus propios palos plásticos y artificiales para evitar resbalones o, por poner un caso, el ataque de un can asilvestrado.
Parece que van a instalar quitamiedos de hormingón, lo que no impedirá, dicho sea de paso, los saltos salvajes e imprevisibles de cabras arruís hacia el asfalto.
Y tras la primera meta volante, con un par de almendras, cacahuetes y avellanas tostados y sin sal, para picar y matar el hambre, ascenso último hacia el Pou de la Neu y el picacho de Els Plans.
Cunetas, umbrías y sombras de pinos, coscojas y hasta aliagas, delatan que la noche ha sido fría y que aún quedan nieves heladas del fin de semana.
En lontananza, pisando literalmente nieve escarchada, Jijona, el pueblo del dulce y universal turrón, al fondo de un cortafuegos bajo la línea de alta tensión, el único hecho feo, feo entre tanto bellezón que inunda el valle jijonenco.
Algún paseante, de los veinte o treinta con que hoy nos hemos cruzado por el entorno del Pou de la Neu, nos preguntan si sabemos cuándo abren el establecimiento. Para vergüenza ajena y sin poder hacer patria, no sabemos ni qué contestarles
El sonido en medio del silencio limpio de la montaña de la nieve deshaciéndose desde las copas de los pinos, cuales astillas de carpintero en pleno vuelo, nos embriaga. Y nos cabrea, al mismo tiempo, pues el hotel, el pozo de la nieve, el jardín y el bonito mirador permanecen cerrados a cal y canto. Para desgracia de la Jijona turística, para desgracia de una alternativa joven y emprendedora al empleo del turrón y el helado.
Y escuchar un poco más arriba, en la no menos famosa antena repetidora de televisión, también el sonido de la nieve cayendo a golpe de pantallazo es un atractivo más de la jornada, por bello timbaleo entre el silencio, también por su condición de desconocido.
Jijona y el Mediterráneo se distancian en la distancia del horizonte gélido de un lunes cualquier de enero.
La hojarasca de arriba y de abajo escarchada, que ya nos permite saciar la sed de los frutos secos y aligerar la respiración monte arriba a paso ligero.
Made in Jijona, el blog del turrón y del turismo rural, aprovecha para montar una fotografía para su publicidad de autobombo y hasta para saludar a una pareja de ingleses, según confirma su acento en breve conversación a pie de sendero usando nuestro socorrido spanglish.
Y desde la liviandad entre este claro cielo y esta tierra enraizada se nos asoma, de repente, la arabesca Alcoy en la distancia, al fondo de un mar de carrascas; y por el extremo este, La Torre de les Maçanes, excepcional cruce de caminos, ordenado y acicalado pueblo.
Y nos acordamos de inmediato de nuestros amigos Eladio Sellés, músico profesional y director vigente de la Unión Musical Xixona, y de Miguel Valois, infatigable caminante medio jijonenco. Alcoyanos y torruanos de pro, respectivamente.
Un inglés nos da, con total naturalidad ante tan excelsa y pura naturaleza jijonenca, los buenos días en nuestra lengua materna, el valenciano
Y entre bocado y bocado de nieve, pues el agua de la botella empieza a escasear, arribamos casi a la cúspide del destino, a una cumbre repeinada, no sabemos si por tanta noche gélida o por la acción loable de un grupo de cabras de un pastor resabiado con su función sobre la naturaleza.
Un mardà, denominado en castellano carnero o macho cabrío, nos mira con cara de pocos amigos y, como quiera que se puede arrancar al estilo vaquilla en encierro popular, abandonamos con parsimonia y celeridad al tiempo el lugar, no sea cosa que nos llevemos algún arreón de dura cornamenta que más pareciera auténtico taladro.
Ya arriba del todo, a 1.330 metrazos. Sin perder nunca el norte mental. En el eje o punto geodésico, con la mirada puesta en los puntos cuatro cardinales, sobre todo en la icónica y ya enharinada, al cabo de todo el día soleado, Aitana. Con puntas blancas de nieve en Serrella, Ponoch y Puig Campana. Y la alegre Mariola que abriga todas las montañas alcoyanas. Y, a nuestras espaldas, perenne Mediterráneo azulado muy lejos.
Aún tenemos tiempo, embebidos por tanta belleza natural, para empaparnos por dentro de fesquita cerveza de marca y clase, cuyo viaje desde la Venta Teresa, donde nos la sirvieron, había provocado su calentón, rápidamente suprimido tras un ratito de bote mimetizado en la nieve bajo la heladísima carrasca culminante.
Y de postre de postín, para resistir tanto cambio climático bajo un sol helador de final de enero e implacables subidas y bajadas, con dos pequeñas porciones de turrones jijonencos de textura blanda, incluida la exquisita yema tostada, elaboradas por casa centenaria de Jijona y servida al megalíder de los supermercados.
Para saciar la sed, comemos blanca nieve de la montaña, como si la sombra chinesca proyectada por el inicio del crepúsculo vespertino nos aconsejara el necesario camino de regreso, a más de quince kilómetros polvorientos de hielo y transparente escarcha.
Dejamos al carnero negro que se empine en la coscoja conscientes de que defiende a su harén y de que puede en cualquier momento hacer uso de su torniquete por montera.
El complejo turístico, porque así consideramos al Pou de la Neu, con su hotel y su pozo de nieve, aunque esté cerrado a cal y canto desde hace días, tal vez semanas, dormirá hoy triste y solo. Únicamente acompañado por la blanca nieve helada que ha resistido las horas del lunes solariego.
Una verdadera pena el maltrato al que lo someten, decíamos al complejo turístico Pou de la Neu, los políticos que gobiernan en el Ayuntamiento de Xixona, empezando por su alcaldesa, Isabel López, y por su concejal de Turismo, Eduardo Ferrer. Insensibles, por lo visto, a los 150.000 euracos que invirtió hace unos años el Ayuntamiento con dinero de todos los jijonencos para la rehabilitación y reforma integral del caserón.
Y regresamos, cuesta abajo resbaladiza aún por el hielo y la nieve escarchada que se ha mantenido un día entero, casi en el crepúsculo de la noche. O hemos medido mal los tiempos o realmente la naturaleza virgen del carrascal del alto de la Carrasqueta nos ha absorbido, embebido por completo, tanta es la belleza hasta entre dos luces.
Y cae la noche y la media luna no nos ofrece luz suficiente tras apagarse repentina y tozudamente la linterna de la mochila al quedarse sin pila. Nos toca poner la directa carretera abajo para regresar a estación base, dígase Venta Teresa, donde los hermanos posaderos Toni, Gloria y Maria Teresa nos pondrán café cortado caliente y coca cola fresca para la lógica recuperación corporal y muscular.
En un momento dado, un ruido de piedra seca en la oscuridad de la noche, nos pone en alerta sobre la proximidad de alguna cabra arrui escalando al trote el último tramo de la cordillera
En un momento dado, un ruido de piedra seca en la oscuridad de la noche nos pone en alerta sobre la proximidad de alguna cabra arruí escalando al trote el último tramo de la cordillera de la Carrasqueta, por encima del margen perfectamente ataluzado de cantos rodados.
Y mientras descendemos quizás algún jabalí de los denominados navajeros por la dimensión de sus defensas bucales y su blanco pelaje nos observa desde su cama construida bajo el colosal enebro, y a lo peor nos ha echado mal de ojo.
¡Qué decimos mal de ojo del cerdo salvaje!. La cosa es que hoy es día 30 de enero, o sea, un múltiplo de 6, nuestro dígito sin duda maldito del siglo nuevo.
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