Fauna salvaje en un remanso de paz a 1.000 metros de altitud

 

Cabras arruís, aquí y allá; jabalíes al trote de crujidos de pinos y encinas; y hasta perdices cuyo aleteo de arranque nos asusta en pleno crepúsculo, de todo hemos disfrutado hoy, pese al atípico calor de febrero, en la ruta de la Penya Redona, inicio del ascenso por la cresta de la rectilínea cordillera de la Carrasqueta

Hay en el vasto, bello y lleno de contrastes término municipal de Jijona, sin duda un destino de turismo rural aún por explotar, lugares con más altitud. Pero la Penya Redona, que precisamente adopta históricamente este apellido por la forma redondeada del peñasco donde se inicia la rectilínea sierra de la Carrasqueta, es un lugar que cautiva.

Sobre todo, porque se puede otear, además del pueblo del turrón y del mar Mediterráneo, los dos valles principales que ribetean Xixona. A saber, el valle del río Coscón y el valle de Bugaia o la Carrasqueta.

Se puede llegar desde el mirador panorámico del puerto de montaña y realizar la bajada y la subida o, bien, la ruta inversa, es decir, ascender directamente a la Penya Redona, atravesando la urbanización del mismo nombre, también conocida como Los Ingleses, pues en sus orígenes, allá por los años 70, fueron ciudadanos británicos los primeros y más numerosos moradores del lugar.

Este itinerario tiene un pero. La urbanización es privada, como bien indican algunas señales a la entrada misma del lugar residencial, y para acceder hay tener permiso de la comunidad de propietarios, como es nuestro caso.

Es un día de calima. Día de la Candelaria. Por si no conoce el refranero valenciano: “Si la Candelaria plora (si plou), el fred és fora; si la candelària riu (si fa sol), el fred és viu; i si ni riu, ni plora (nuvolat), ni dins, ni fora.” Son las tres de la tarde y el termómetro marca aquí arriba, casi a 1.000 metros de altitud, los 24 gradazos de calor. Sol y moscas. Eso hoy, Pero aún quedan, si nos atenemos al refranero, días de frío intenso aquí arriba. Y la vegetación pide a gritos también alguna generosa nevada.

El calor en el primer repecho a estas horas de la siesta es pegajoso y la piel extraña los rayos ultravioletas tras muchos días soleados, pero gélidos. Sudores que nos obligan a quedarnos en camiseta de tirantes y así permaneceremos hasta prácticamente el crepúsculo.

Tras este primer repecho por senda literalmente atiborrada de losas calizas y algún que otro peligroso canto rodado, nos topamos con una primera inmensidad montañosa

Tras este primer repecho por senda literalmente atiborrada de losas calizas y algún que otro peligroso canto rodado, nos topamos con una primera inmensidad montañosa: Els Plantadets, zona boscosa plantada de pino carrasco y otras especies como encinas hace más de medio siglo y vigilada de cerca, desde uno de los puntos más elevados del término, por el Alt de la Martina, que incluye caseta de guardería forestal.

Un poco más a la derecha, asciende el canal de la Carrasqueta y, a lo lejos, otra cordillera rectilínea a babor, la de la Serra del Quarter, que integra, ahora sí, los picos más elevados del término municipal, con el denominado Alto de la Carrasqueta, con 1.204 metros de altitud y El Cremat, con 1.248, auténtica atalaya verde.

Un verde que amarillea incluso en zonas de honda pinada y umbría por obra y desgracia de la falta de precipitaciones por el territorio jijonenco desde hace meses. Demasiados meses. Hemos vistos miles y miles de romeros, planta autóctona y extremadamente resistente, con todas las hojas secas y caídas y con los tallos tan secos como la mojama. Un panorama nada halagüeño ni para la fauna ni para la flora si este febrero o quizás marzo no nos trae lluvia y, quién sabe, alguna precipitación copiosa en forma de nieve.

Cerveza Coronita

Antes de tomar asiento apoyando nuestro tronco sobre el de un pino centenario en lo alto de la Penya Redona, observamos una carrasca joven con varios brazos por los que penetra a ráfagas el radiante sol de hoy. Una imagen plástica y bella de no ser porque, una vez hecha la foto, nos percatamos de que en uno de los lados aparecer una botella de cristal de cerveza Coronita. Justo lo que no necesita ésta ni ninguna otra corona montañosa, la mano de algún excursionista desalmado al que la madre naturaleza debiera castigar con un resbalón culada por ese sendero de calizas para que no vuelva a hacer el marrano.

De marranos, es decir, del jabalí, aún no podemos hablar. Pero sí de la fauna salvaje. Tras permanecer durante media hora a la sombra del vetusto y aún verde pino, mientras degustamos una naranja, nos percatamos de que alguien nos observa detenidamente.

Resulta ser una cabra arruí, de un trapío considerable aunque algo escuálida (quizá afectada también por esa falta de pastos y tallos tiernos en el monte), que nos mira tranquilamente, no sabemos bien si porque quiere que le ofrezcamos la piel de la naranja y también algún gajo. Este animal originario del Atlas marroquí y que fue introducido, vía Sierra Espuña murciana, en una finca colindante con Jijona, en término municipal de Ibi, allá por los años 80 con fines exclusivamente cinegéticos, no se muestra huidizo de no ser porque va en manada. No es el caso. Pero tras nuestro movimiento para poner la cámara en marcha, el animal se olvida del cítrico olor y, tranquilamente, emprende la marcha hasta adentrarse en una pequeña pinada lateral.

Quizás buscando un remanso de paz adicional en este hito de libertad a mil metros de altitud.

Con todo, hemos podido fotografia al animal e incluso realizar un pequeño vídeo a escasa distancia.

Tras recoger los trastos y pertrecharnos de nuevo con gorra, mochila y garrote, la curiosidad nos corroe por asomar la nariz a los vertiginosos riscos de la Penya Redona, con vistas al Racó de Segura y las Penyes de Roset. Y antes inmortalizamos, de nuevo, el mojón de piedra seca de este paraje, para nosotros icónicos, pues es el lugar que elegimos precisamente, muy bien acompañados, para idear Made in Jijona, el blog del turrón, helado y turismo, en las postrimerías del año 2017.

Y asomamos la nariz y los ojos y los oídos y, desde su cama caliente bajo un pinacho de uno de esos vertiginosos riscos que te pueden llevar al abismo, rodeado de aliagas y enebros, allá que salta otra cabra arruí. También con trapío considerable y cornamenta casi de trofeo.

Parece un macho solitario, quizás a la espera del atardecer sexual con alguna hembra, que hoy es pegajoso día para todo. Tras los primeros brincos, el animal hace honor a su comportamiento y se aleja lentamente por otros peñascos verticales no sin antes cruzarnos la mirada.

Nos hemos propuesto ascender hasta el puerto de la Carrasqueta, unos cinco o seis kilómetros más allá, pero entre la botella de coronita, la naranja olisqueada y la primera cabra salvaje sentada entre un mar de esparteras observándonos en medio del silencio de la montaña, el tiempo vuela.

Otro senderista baja a buen ritmo justo en dirección contraria, quizás también anhelando ese remanso de paz, de sosiego y serenidad que levita el alma

Así que reemprendemos la marcha. El calor de febrero es tan indefinido como los rayos de sol que se irradian. Pero este nuevo repecho ya en plena cresta de la Carrasqueta no evita el sudor. Ni a nosotros ni a otro senderista que baja a buen ritmo justo en dirección contraria, quizás también anhelando ese remanso de paz, de sosiego y serenidad que levita el alma.

La caminata sigue siendo pedregosa, aunque la pista forestal facilita las cosas. Las panorámicas desde el Alt de la Martina hasta la Serra del Quarter, salpicada de pinares y encinas que ofrecen una indisumulada imagen de agotamiento y estrés hídrico, no deja de ser idílica y paradisíaca.

 

Pero la falta extrema y visible de agua afecta, incluso, a las piaras de jabalíes, animal que disfruta restregándose en el agua embarrada del un badén que crea la pista forestal paralela a la cresta de la Carrasqueta. Una charca que aún deja visibles las patas de estos animales omnívoros y quizás también de otros ungulados como ciervos, muflones y cabras. Un rastro, el del jabalí, que se retuerce en el fango como recurso contra los parásitos, y que si son aún visibles en la tórrida y sedienta charca es por el gran tamaño de los ejermplares macho, de enorme peso y trapío en estas montañas.

Aún no hemos alcanzado el puerto y no pensamos que lo vayamos a conseguir hoy. Porque, lejos de entumecernos, la caída del sol nos espolea y aconseja ascender desde la pista a la cresta de la majestuosa cordillera. Observamos la mitad del valle de Jijona claro y la otra mitad, con claroscuros.

Ha empezado ese momento del crepúsculo. Un silencio sólo roto por alguna motocicleta o camión de transporte de residuos a Piedra Negra. Pero silencio y calma al cabo. Un momento que dura poco y que ofrece al paisaje una claridad indecisa, atolondrada.

 

Y aún nos queda tiempo para buscar la nefasta, fea y, sin ánimos de exagerar, delictiva barbacoa en medio del monte, en lo alto de la Carrasqueta. Un real atentado al sentido común y a la necesaria gestión pública de Ayuntamiento y Conselleria para poner fin a tamaño monumento antiestético, asqueroso y siempre insultante para la inteligencia, heredado de otros tiempos, claro está, pero que precisa de la diligencia los políticos de ahora.

Aún tenemos tiempo para el gozo sensorial con esa luz crepuscular indecisa a la que nos referíamos, con un potente sol engullido de cuajo y en minutos por la cresta del Maigmó

En nuestro regreso a la estación base, aún tenemos tiempo para el gozo sensorial, para el disfrute de la serenidad, con esa luz crepuscular indecisa a la que nos referíamos, con un potente sol engullido de cuajo y en minutos por la cresta del Maigmó, muy a lo lejos.

Creemos que son ellos y no otros animales pródigos aquí, como los muflones, pues el crujido de ramas secas es intenso

Y también nos sobra tiempo para arrimarnos, atraídos por la curiosidad del silencio del barranco, al margen que mira al bosque de encinas salpicadas que desciende hacia la profundidad de la garganta montañosa. Y apenas sí asomamos el morro y saltan con poderosa fiereza una piara de jabalíes de mediana edad, no más de una docena. La luz indecisa del crepúsculo se ha tornado, de pronto, en oscuridad si acaso alumbrada por una simple vela de cera, con lo cual nuestra vista no da más de sí para distinguir a los guarros. Pero creemos que son ellos y no otros animales pródigos aquí, como los muflones, pues el crujido de ramas secas es intenso y duradero hasta perderse en la oscura noche hecha.

Caminamos con paso firme en descenso hacia Los Ingleses y en eso que la magia de la Naturaleza aún nos regala otro bello lance de esa real fauna salvaje de este lugar: un bando de no más de una decena de perdices, cuyo característico aleteo de arranque y vuelo incluso nos espanta.

Patirrojas cada vez más escasas por estas tierras y comarcas, que debieran ser ya protegidas por ley aquí y que, de alguna manera, nos alegran el tramo final de la ruta, pues no son crías, sino ejemplares que han sobrevivido incluso a la última temporada de veda y caza y que, de algún modo, garantizan la continuidad de la especie.

La omnipresencia de la Carrasqueta nada tiene que envidiar a la de la Penya Migjorn, otro dulce icono de Xixona, que se nos aparece de pronto con un color rojizo junto a la bahía de Alicante. Como si el Mediterráneo, tras este día luminoso, claro, soleado y caluroso, también permutara su típico azul turquesa para sestear, sereno, la noche de hoy estrellada.

 

La vida es corta, pero dulce! La vida és curta, però dolça!

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