Conocido popularmente como ‘Toni el Cartero’, publicó en el año 1985 el libreto Antiguas Costumbres Jijonencas, editado por la Asociación de San Bartolomé y San Sebastián con la colaboración de la Caja Provincial de Alicante y recoge un comentario por mes, así como otros relatos breves anexos sobre cine, fiestas, deportes, nomenclatura de calles y otras curiosidades locales
«El día primero, era trasladada desde su ermita situada en la parte sur de la ciudad, la imagen de San Sebastián mártir, hasta la iglesia arciprestal, donde permanecía hasta la mañana del día siguiente en que era devuelta a su antedicha ermita. Dicha imagen no era la legítima en cuanto a la que anteriormente nos hemos referido, sino una talla más grande y de notable valor artísitico y que años atrás fue hecha por un escultor de aquí, cuyo nombre se halla perdido en la noche de los tiempos.
Aquel famoso día, era el apropiado para estrenar los trajes de invierno. Érase como un ritual de profundo valor personal
La imagen de referencia, en su altar, aparecía casi cubierta por cintas de vivos colores a modo de votos populares que recordaban episodios bélicos de las campañas coloniales y africanas. Aquel famoso día, era el apropiado para estrenar los trajes de invierno. Érase como un ritual de profundo valor personal. Y, el hecho de asistir a la misa de la Candelaria o a la dobla litúrgica en la ermita y acto seguido al porrat con el atavío del flamante traje recién estrenado, formaba parte del antedicho ritual que culminaba por la noche con la asistencia a la función teatral, detalle infalible con respecto a espectáculos, ya que en la fecha de referencia y, pese a todo, tenía que representarse una función, bien dramática o de carácter de variedades (varietés) a la par que se prometían actuaciones líricas muy agradables aquí, para fechas posteriores.
En cuanto al porrat, era de análoga celebración al de San Antonio Abad, si bien con mucha más afluencia de público, dada la proximidad de la ermita con respecto a la ciudad y la asistencia muy cuantiosa de personas procedentes de la partida pedánea de Monnegre
En cuanto al porrat, era de análoga celebración al de San Antonio Abad, si bien con mucha más afluencia de público, dada la proximidad de la ermita con respecto a la ciudad y la asistencia muy cuantiosa de personas procedentes de la partida pedánea de Monnegre, que como en una arcaica costumbre heredada de sus mayores, se reservaban el citado día para distinguirlo como la fiesta más grande del año, no faltando a los actos referidos ni a la representación teatral.
Este corto mes, pródigo en graciosos refranes, burlón y efímero, portador de la incomparable e inmaculada flor del almendro en los campos, súbitamente nos regalaba las Carnestolendas con tres días enteros de diversión por parte de grandes grupos de máscaras con originales números de sorprendente comicidad a lo largo de las principales calles.
Este corto mes, pródigo en graciosos refranes, burlón y efímero, portador de la incomparable e inmaculada flor del almendro en los campos, súbitamente nos regalaba las Carnestolendas con tres días enteros de diversión
Pintorescas alegorías, exteraños disfraces, exóticas exhibiciones y atuendos con vestimentas arcaicas desempolvadas de viejos baúles arrumbados en los desvanes. El tercero día, desde la bodegueta, sita en la calle del Arrabal, salía el entierro de la sardina, formado por un nutrido grupo de embozados con la clásica capa y tocados con sombrero de roeta y con un itinerario, hacia abajo, para confundirse en la avenida con la totalidad de las máscaras, a modo de apoteosis carnavalesco.
El domingo siguiente, como broche final, celebrábanse bailes de Piñata y es aquí donde ocurría, a última hora, un mutis triste por parte de la gente al dirigirse a sus domicilios cara a la Cuaresma, que presentaba en las mesas las típicas rosquillas, el aiguamel de postre y la torta al horno adornada con garbanzos en las meriendas».
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