Cualquier día del año, pero más aún en estas fechas vacacionales para muchos, es exquisito, tanto como el turrón de textura blanda, subir al puerto de la Carrasqueta a pie, tomar oxígeno en vena y divisar el paisaje de los valles a un lado y otro de la sierra, incluidos rebaños de arruis y buitres en pleno vuelo
Son las ocho de la mañana y apenas sí supera el termómetro los cinco grados. Ha cambiado repentinamente la temperatura y las mínimas empiezan a asemejarse más a las fiestas navideñas y a la estación invernal. Por fin. Jijona tampoco es ajena a los primeros estertores del cambio climático, pues hace menos de un cuarto de siglo no era difícil observar en estas fechas la pista blanca que ascendía desde la Penya Reona hasta el puerto de la Carrasqueta o incluso otros picos más meridionales como la Penya Migjorn o, en lontananza, el Cabeçò d’Or.
Nos encaminamos preciasamente a la penya que da nombre a una urbanización que antaño fue morada permanente de una importante colonia inglesa, de ahi que también se le conozca como ‘los ingleses’. Ni un alma por sus calles, que te reciben con cipreses y algún que otro pino de gran tamaño tumbado tras el último temporal de viento. Es aconsejable dejar el coche en la zona alta de la urbanización, donde no es que sobren las plazas de aparcamiento, pero tampoco escasean. El olor a leña de almendro o de carrasca y el humo de las chimeneas nos señalan que el frío aquí es mucho más intenso que abajo, en el pueblo dulce. No son los 1.020 metros de altitud del puerto de la Carrasqueta, pero se nota que empieza a acenderse hacia ese accidente geográfico. Es un lugar de chalets aislados y casas pareadas donde ni la leña ni la manta pueden faltar en las próximas semanas.
Dejamos de inmediato la zona residencial. Los últimos coletazos de humo de chimenea nos dice que nos adentramos en la sierra. Un sendero extremadamente pedegroso por donde no sube ni un land rover y el olor inconfundible a heces de cabra arrui (que son ya plaga, aunque la Conselleria de Medio Ambiente se lo toma con calma) nos confirma dónde estamos: Jijona la verde.
Los animales huyen por los riscos de la librería de piedra caliza
No hemos cubierto todavía ni la mitad de trazado del sendero que nos elevará hasta el pozo regulador de aguas Llibreria (encima de un peñasco con forma de libros, uno encima del otro) cuando una gran cabeza con defensas naturales nos acerca a la naturaleza en estado vivo. Un gran macho de cabra arruí junto a su harén, de todas las edades. Nos aproximamos tan rápidamente para poder fotografiarlos como los animales huyen por los riscos de esa librería de piedra caliza desde donde no es aconsejable precisamente tontear para hacerse un selfie.
Nuestra propuesta senderista era hoy descender por senderos intrincados hasta la font de Gordollops y, desde ahí, ascender por la pista forestal hasta el corazón de l’Arcai y Vivens, para luego descender por el inclinado barranc de Castalla (llamado así porque era antiguamente el camino natural de los mulos y machos para llegar desde Jijona a la ciudad juguetera o viceversa).
Sin embargo, cambiamos de ruta, llamados por la tentación de fotografiar, aun con un esmarfone, a las arruís, animales dóciles dentro de lo cabe para ser salvajes. Aprovechamos para divisar, desde el mojón de la Llibreria el valle de Xixona. A un lado, el que empieza en el hotel Pou de la Neu y, al otro lado de la Carrasqueta, justo por detrás, el que protege otra mítica montaña, la Penya Migjorn y sus dos populares querenas (márgenes).
Los primeros rayos de sol esparcen como pueden la neblina que, cerca de las nueve de la mañana, cubre su cuna natural, que no es otra que el Cabeçò d’Or. Alguna hoguera en uno y otro valle de Xixona indica que aún existen agricultores que queman restos de poda de almendro o de viña. Las últimas lluvias del otoño, con varias Dana que no pasaron de largo por Xixona aunque tampoco fueron tan demoledoras, conforman un paisaje gris, marrón terracota y verde que, en sí mismo, ya es un buen aliciente para realizar esta excursión o caminata. Caminos rurales que serpentean tanto o más que los abancalamientos de olivos, de almendros y de vid, cuando no de tierra yerma abandonada a su suerte por unos propietarios, las más de las veces, cansados de la falta de rentabilidad de los productos agrícolas.
Jijona siempre fue rica en vides. Más aún, la uva fue incluso antes que el turrón, de ahí que muchos carteles publicitarios de finales del siglo XIX de algunas empresas turroneras presentaran figuras asiendo de una mano un racimo y de la otra la barra de turrón. Ahora apenas sí quedan unas pocas hectáreas de monastrell, de bobal o de cabernet-sauviñón. Por no hablar del retroceso de la almendra marcona, la más apreciada por su rica composición en aceites naturales. Y ahora, por fortuna para algunas zonas del paisaje, cambiada por variedades de almendra no autóctonas, pero sí resistentes a sequías y fríos atemporales.
Es zona, sin duda, para respirar aire puro sin que te llegue, por esas cosas de los cambios de viento y temperatura, el a veces nauseabundo aroma a Piedra Negra
Decidimos emprender la ruta hacia el alto del puerto de la Carrasqueta. Y lo hacemos por la pista rural central que recorre, de norte a sur, todo el alto de esta mítica montaña de ensueño. El rocío de la noche humedece nuestro calzado. Pasa un runner a buen ritmo pese a los tramos de fortísimo desnivel. Y también un ciclista. Es zona, sin duda, para respirar aire puro sin que te llegue, por esas cosas de los cambios de viento y temperatura, el a veces nauseabundo aroma a Piedra Negra, la planta de basuras que dista unos cuantos kilómetros al estar situada en la zona sur del vastísimo término municipal, ya colindante con Mutxamel. Aquí sólo se respira a tomillo y romero, a aliaga y esparto, a pino, a carrasca y a coscoja. Una exquisitez verde y sana.
El camino no se hace ni largo ni pesado hasta el alto del puerto, porque no es lo mismo caminar por una pista forestal, por pedregosa que ésta sea, que monte a través, por encima de toda la maleza. Dos motociletas de gran cilindrada de las de montaña bajan a toda prisa y vaticinan que algo más arriba, en el nuevo mirador y, sobre todo, en la popular Venta Teresa, hay hoy concentración motera por ser domingo. Así és y así se nota en cuanto rebasamos la última loma que desemboca en el pico más alto de la carretera. Los decibelios son ensordecedores, lo cual tiene a más de un residente en la zona de los nervios cada vez que llega el fin de semana.
Ese ruido, sin embargo, no es impedimento para que avistemos un buitre en pleno vuelo de ascenso. Planea todo el valle de Xixona por encima de la partida de Bugaia y más parece que esté controlando los excesos motoristas que las fuerzas de la autoridad, si bien que pasa un coche patrulla de la Policía Local. De la Guardia Civil de Tráfico motorizada o en coche, hoy ni rastro. De ahí que haya algún que otro descerebrado, como casi siempre, que realice piruetas a gran velocidad poniendo en riesgo no sólo su vida, sino la del prójimo. Sin duda, uno de los grandes obstáculos para que esta carretera, la CV-800, se convierta en una vía panorámica al estilo norteamericano como proyectó hace unos años la Generalitat Valenciana, titular y responsable de su gestión. El proyecto, de momento, en aguas de borrajas.
Más le vale a la Generalitat, en particular a la Conselleria de Infraestructuras, renovar íntegramente y no de modo parcheado la hilera de quitamiedos de hormigón que corona todo el puerto, en el tramo entre la Penya Reona y el alto de montaña. Más le vale a la Generalitat, como Administración tutora de la carretera, y a los propios usuarios, incluidos los motociclistas, pues hay tramos que el hormigón, carcomido por vientos y otros agentes atmosféricos, más pareciera grava degradada que cemento armado.
Seguimos descendiendo por la carretera autonómica y nos tropezamos con la Cara del Moro. No es la popular del alicantino Monte Benacantil, sino la de la Carrasqueta. Es un peñasco saliente que, pese a la malla metálica protectora de abajo arriba, ofrece claros síntomas de inminente desprendimiento. Quizás el cambio climático y la cada vez mayor ausencia de lluvia y nieve haga el prodigio. Por la seguridad de todos los viandantes, muchos de ellos camiones de gran tonelaje llenos de desperdicios hogareños navideños con destino a la ya omnipresente Piedra Negra.
Una ruta de senderismo, una propuesta verde y sana, de no ser por la contaminación acústica excesiva de las motos de gran cilindrada. Una excursión que puede hacerse los días vacacionales de Navidad o cualquier jornada del año.
Y, al acabar, tomarse una tapa en alguno de los buenos bares jijonencos
Y, al acabar, tomarse una tapa en alguno de los buenos bares y restaurantes jijonencos. Lo de comprar hoy o mañana turrón, ya es otra historia. Pero quédense con Jijona la verde y la sana, porque la experiencia turística lo merece. Y a apenas media hora si viene usted desde Alicante capital, con la que nunca perderá, desde aquí arriba, ni la perspectiva ni el contacto.
Al fondo de la Carrasqueta, Xixona y, un poco más allá, Alicante, sus castillos y el azul turquesa del Mediterráneo. Montaña y mar, mar y montaña. ¡En esta provincia de Alicante lo tenemos todo, bendita gracia!
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