La epidemia de cólera de 1854 en Xixona

Desde mediados de agosto, las noticias que llegan de Alicante no son nada halagüeñas. El cólera se ha declarado en la capital y comienzan a circular personas desconocidas que huyen de la edpidemia. Es el año 1854, las fiestas patronales en honor a San Bartolomé están al caer. Pero a diferencia de los años anteriores, la canícula agosteña no augura días de júbilo

 

[Extracto del artículo de JOSÉ BERNABÉ RUIZ, Archivero-Bibliotecario de Xixona, que fue publicado en ‘El Programa’ del año 2007]

La noche del 21 de agosto la situación se hace insostenible en Xixona. El ambiente está muy caldeado y en cualquier momento pueden producirse desórdenes. Los vecinos reclaman medidas drásticas para evitar que el mal entre en la ciudad y no entienden por qué las autoridades permanecen de brazos cruzados.

Por fin, deciden tomar cartas en el asunto. El día 22 se reúne el Ayuntamiento presidido por don Francisco Soler Cortés, con la Junta de Sanidad y los principales contribuyentes del término. Se hacen eco del rumor general que existe sobre la invasión de cólera en la capital, sometida a un cerco general para evitar la extensión del contagio. Por esta razón es importante «el número de personas que procedentes de la referida ciudad se introducían en ésta, llevando consigo efectos que havían pertenecido a personas atacadas de la enfermedad antes ecpresada, todo lo cual produjo en la noche de ayer una alarma general, pidiendo que se incomunicara esta ciudad con la de Alicante y demás puntos que tuvisien noticias de padecer la mencionada enfermedad».

Efectivamente, la ciudad de Alicante estaba sufriendo el aislamiento impuesto por los pueblos limítrofes, y la gente que hudía de la epidemia usaba el único corredor que aún permanecía abierto, el que comunicaba con ¨Valencia a través de poblaciones importantes como Xixona, Alcoy y Xàtiva. El antiguo camino  real atravesaba toda Xixona de este a oeste, entrando por la calle El Vall y continuando por la calle Orito, hasta salir junto al convento franciscano.

Bloquear tan importante vía no era un asunto menor, pero el clima generado exigía medidas drástias. Así que, por unanimidad, acordar «la incomunicación absoluta de géneros y personas con la ciudad de Alicante y otros pueblos que se declaren invadidos de la enfermedad reynante«. Además, se articulaban los habituales controles señalándose «el término de ocho de días de cuarentena a las personas procedentes de dichos puntos, los que previo reconocimiento por los facultativos del estado de salud que disfruten, se les facilitará la cédula de entrada en esta ciudad». 

El acuerdo no indica el lugar que ha de servir de lazareto o albergue donde aplicar la cuarentena, pero es posible que se usaran las ermitas, bien ubicadas por su proximidad al camino real. Al menos, sabemos que en otras ocasiones así se hizo: «los géneros procedentes de punto sucio sufrirán la correspondiente fumigación y desinfección en S Antonio».

Por otra parte, era imprescindible mantener las comunicaciones a través del correo, único conducto de las órdenes y la correspondencia oficial. En consecuencia, se dispone «para punto de recibir y dar las comunicaciones del correo, la casa de Antonio Verdú y Colomina, situada a las inmediaciones del camino de Alicante».

Este conjunto de medidas preventivas tomadas el día 22 de agosto finalizaban con la prohibición de que abandonaran la ciudad los facultativos que en ella se hallaran. En Xixona deberían residir entre cuatro y cinco titulados, a parte de dos o tres sangradores. El ayuntamiento tenía un médico y un cirujano, encargados sobre todo de los más necesitados.

San Sebastián, abogado especial contra la peste, de cuyas garras libró en 1600

Si los recursos humanos eran bastante aceptables para la época, escaseaban, en cambio, los medios materiales. El presupuesto de la Junta de Sanitad era exiguo y siempre con cargo a las arcas municipales. Tampoco se habían tomado las medidas preventivas de otras ocasiones. Por otra parte, los días de procesiones, novenas y rogativas quedaban algo lejos, a pesar de que la ciudad estaba bajo el patronazgo de San Sebastián, abogado especial contra la peste, de cuyas garras libró en 1600, como narra la bella tradición del Miracle.

Se había urdido un cordón sanitrio alrededor de la ciudad de Alicante (donde murieron 830 personas entre el 23 de agosto y el 20 de septiembre). Sólo Xixona mantiene abiertas las comunicaciones, pero al final cede, completándose el bloqueo total de la capital. En estos momentos aciagos aparece, como enviado por la Providencia una persona excepcional, D. Trinitario González de Quijano, nombrado gobernador civil el 16 de agosto. Nada más tomar posesión del cargo, se dirige a la población infundiédole ánimo y valor y articulando una serie de medidas para restablecer la situaciuón y hacer frente a la epidemia.

La situación en Alicante se había tornado muy complicada, al borde del colapso. Mucha gente huye despavorida, sobre todo de la clase alta, justamente la que puede ejercitar la solidaridad entre los más necesitados. Entre sus filas están, además, los médicos y cirujanos, imprescindibles para atender a los enfermos, y también los políticos que han de tomar las medidas oportunas. El miedo al contagio provoca el cierre de los comercios, originando una falta de alimentos y productos de primera necesidad. En consecuencia, aparecen las primeras algaradas y el caos parece adueñarse de la ciudad de Alicante.

En pocos días, González Quijano recobra el control de la capital. Hombre público y gran filántropo, el nuevo gobernador es consciente de la influencia positiva que tiene la religión. Por ello, además de preparar una procesión general con las reliquias de la Santa Faz, escribe varias cartas al obispo de la Diócesis pidiéndole que retornen los sacerdotes a sus parroquias, abandonadas tras la espantada de los primeros momentos.

Trinitario González de Quijano, gobernador civil de Alicante en 1854.

Trinitario González de Quijano, gobernador civil de Alicante en 1854.

La horchata de arroz era uno de los remedios más colitados para calmar las agudas diarreas coléricas

Sin embargo, la epidemia sigue su curso fatídico. Así que el día 24 de agosto emite un bando ordenando a las farmacias que faciliten los medicamentes recetados de manera gratuita. La horchata de arroz era uno de los remedios más colitados para calmar las agudas diarreas coléricas.

Ese mismo día, fiesta de San Bartolomé, se vuelve a reunir en xixona la Junta de Sanidad. Seguramente ya han aparecido los primeros casos. ´Tres días después fallecen dos enfermos. La epidemia comenzaba su imparable marcha en Xixona. Como en Xixona, en la mayoría de los pueblos de la provincia el azote se hace patente en la última semana de agosto. Viendo que la situación es imparable y que la capital está estabilizada, el gobernador civil dirige ahora sus esfuerzos al resto de poblaciones.

En Xixona sabemos que al menos las autoridades más significativas permanecieron en sus puestos e incluso merecieron una mención pública de agradecimiento una vez terminó la epidemia. El gobernador no llegó a venir a Xixona, seguramente porque la situación estuvo siempre bajo el control de las autoridades locales. Pero el esfuerzo desmedido por los enfermos le pasó factura: Trino González Quijano, natural de Guetaria (Guipúzcoa), moría el 15 de septiembre, víctima de la enfermedad contra la que tanto había luchado. Tenía 47 años.

El 27 de agosto se producen las dos primeras víctimas mortales en Xixona. Para iniciar su macabra andadura, el mal ha elegido a un joven de 14 años. Pertenece a una familia humilde de la calle Colomers. Su padre es albañil y él se dedicaba a las labores del campo, a pesar de su corta edad. La otra víctima es un forastero de 50 años de edad, que se hallaba recluido en la cárcel.

El día 2 es particularmente funesto: fallece Tomás Francisco Carbonell, de 47 años, médico y miembro de la Junta de Sanidad. Su desaparición debió ser un duro golpe a la moral de la gente

Surge un rayo de esperanza, los días siguientes del mes no se declaran más fallecimientos. Pero a primeros de septiembre se producen dos muertes más. El día 2 es particularmente funesto: fallece Tomás Francisco Carbonell, de 47 años, médico y miembro de la Junta de Sanidad. Su desaparición debió ser un duro golpe a la moral de la gente. A partir del 6 de septiembre, y a excepción del día 10, ya no hay día que el cólera no se dcobre alguna víctia hasta su extinción el 10 de octubre.

La epidemia recorre un ciclo de mes y medio, con un pico de máxima mortandad a mitad del proceso, siendo el día más aciago el 18 de septiembre, con 16 fallecidos, seguido del día 22 con 12. Los efectos del mal empiezan a remitir a finales de septiembre. El cambio de estación moderó las temperaturas, suavizándose también los efectos perniciosos de la enfermedad. El día 30 solo se contabilizan 3 víctimas y desde entonces ya no se supera el número de dos. La enfermedad abandona felizmente la localidad el día 10 de octubre, aunque el día 20 aún se certificara una defunción más. En el verano siguiente, aunque vuelven a sufrir la epidemia muchas localidades españolas, por Xixona pasa inadvertida.

El brote colérico de 1854 se llevó 138 personas a la tumba en Xixona. Desconocemos el número aproximado de contagiados que pudieron sobrevivir a la enfermedad, pero es posible que hasta duplicaran a los difuntos, por los porcentajes que se barajan en otros lugares. Tampoco nos hablan los documentos de las medidas extraordinarias que debieron adoptarse, como la habilitación de alguna enfermería o casa de socorro provisional. El Hospital de pobres, de origen medieval, había sido desmantelado dos años antes al encontrarse la obra en ruinas. En su lugar se había creado una Casa de Beneficiencia en el antiguo convento de monjas clarisas, que habían abandonado la ciudad en 1837. En este albergue para pobres se declaró el cólera y tres de sus moradores acabaron falleciendo. Creemos que a excepción de los más necesitados, los coléricos permanecieron a lo largo de la enfermedad en sus respectivos domicilios.

88 víctimas jijonencas son mujeres, frente a 50 varones

Por edades y sexo, puede apreciarse como la enfermedad se ceba especialmente en las mujeres, que suman 88 víctimas frente a los 50 varones. Corresponde a la tendencia observada en otros municipios. Las explicaciones son varias y sin demasiado fundamento, como que la mujer vivía situaciones de mayor explotación, debilitándola frente a la enfermedad. Creemos, sin embargo, que morían más mujeres que hombres porque estaban más expuestas al contagio, pues cuidaban y atendían a los enfermos. A partir de los 40 años, las mujeres triplican a los hombres en el número de defunciones.

El mal prefiere también a los mas pequeños: casi la mitad de los fallecidos varones (23 de 50) tenían menos de 44 años. Morían muchos niños sobre todo en el primer año de edad, durante la lactancia. Eran la población más débil hasta que los grandes avances sanitarios y sociales del siglo XX invierten esa macabra tendencia.

Las calles que registran más víctimas mortales son justamente las más habitadas. La Vila, entonces calle mayor, es la que más fallecidos aporta, con un total de 13. Les sigue el Raval con 11 y el Vall con 9.

Vista parcial de un valle de Xixona desde la Penya Redona, en la Carrasqueta.

Vista parcial de un valle de Xixona desde la Penya Redona, en la Carrasqueta.

Sólo 11 víctimas mortales se registran fuera del callejero, en las partidas rurales

En el campo vivían entonces un gran número de familias, lo que delata la clara tradición agrícola de Xixona. En el Padrón del año de la epidemia, 1854, aparecen 1.763 almas residiendo en las diferentes partidas rurales. Sin embargo, sólo 11 víctimas mortales se registran fuera del callejero. Por otra parte, los domicilios de la época carecían de agua corriente, debiendo abastecerse la población de los surtidores o fuentes repartidos en las principales calles. Mediante una acequia, el agua era conducida desde el manantial de Alecua, conocido como fuente del pueblo, en clara alusión al destino del agua. Tampoco había red de alcantarillado.

Nos queda por últikmo aportar algunos datos sobre las actuaciones de las autoridades una vez se declara el contagio. El 24 de agosto, dos días después de decretarse el cordón sanitario y la cuarentena, la Junta de Sanidad vuelve a reunirse. Da la impresión que el secretario de la Junta cayó enfermo o abandonó la ciudad. Ni la Junta vuelve a reunirse durante los días que dura el contagio ni el Ayuntamiento acuerda medida alguna reflejada en acta. Debemos esperar a 1855 para encontrar una referencia a la epidemia.

138 fallecidos no supusieron descalabro alguno para una población en pleno crecimiento. El Padrón Municipal, confeccionado en el primer trimestre del año, recoge 5.605 almas para 1854. El censo de 1857, el primero de la era estadística y fuente más fiable que el Padrón, cifra en 6.028 habitantes la población de Xixona.

 

 

La vida es corta, pero dulce! La vida és curta, però dolça!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *