Expone el escritor Antonio Monerris Hernández en uno de sus relatos anexos al libreto ‘Antiguas Costumbres Jijonencas’, editado por la Asociación de San Bartolomé y San Sebastián en el año 1985, que era una forma de pública declaración de amor, aunque «siempre será dueña en la ciudad de una insólita y hermosa leyenda»
«Confieso que yo nunca oí el crit de la famosa noche última de las fiestas de la octava del Corpus Christi, si bien había alcanzado percibir algún que otro comentario al respecto y con todo el sabor de una lejana leyenda.
El grito en cuestión, demostración pública de un amor anónimo retenido largamente por una moza de la ciudad, expresado al igual que una heroína walkyriana desde la plazoleta del Templari, con toda la fuerza de sus pulmones que, difícilmente, con su ‘qui em vol a mi’, llegaría a oírse en las cercanías de la iglesia parroquial, en la calle de la vila, no dejaría en todo caso de ser un tópico más que fabuloso, aunque llegase a enumerarse entre el conjunto de añosas costumbres locales.
Y en cuanto a la contestación del presunto pretendiente -al parecer, desde las inmediaciones del templo-, hasta aquella noche en el anonimato, podría haber pasado por casual e imprevista por parte de los espectadores, no admitiendo la verdad de un amor silenciado y de tan súbita reacción en medio del popular bullicio, escenario de una declaración con ribetes grotescos.
Al sonar las graves campanadas de las doce y en medio de aquel tétrico silencio, aguzamos los oídos y nadie oyó nada
Una noche del grito, al coincidir con la de la víspera de San Juan Bautista, debido a la consecuencia de una Pascua de Resurrección muy alta, me encontraba con mis familiares y unos amigos de ellos cerca de la hoguera que habíamos encendido en un lugar alto y, al filo de la medianoche, alguien de los allí presentes recomendó que guardásemos silencio para que así pudiéramos oír del crit de la calle de la Vila.
Pues bien, al sonar las graves campanadas de las doce y en medio de aquel tétrico silencio, aguzamos los oídos y nadie oyó nada -ni mucho menos el crit-, excepto los débiles susurros de la brisa nocturna y el leve rumor de la hoguera.
No obstante, soy de los que creo que la nit del crit, lejana y misteriosa, siempre será en la ciudad dueña de una insólita y hermosa leyenda.
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