Torremanzanas o La Torre de les Maçanes, dado que es oficial la doble toponimia en castellano y valenciano, es cruce de caminos y de culturas, y de senderistas y de ciclistas y de amantes de la naturaleza casi virgen. Es parada y fonda, es acendrado sabor a pueblo en el casco urbano y en sus montañas, lomas y abancalamientos
Una experiencia rural o de interior a menos de una hora de la capital alicantina. Un auténtico chollo en los conceptos de tiempo y espacio. Es la paz y el sosiego sólo roto por el vuelo de las aves silvestres o de las bicicletas de deportistas profesionales. Una inmensidad de oxígeno luminoso y de cielo puro y nítido aun cuando las cimas se ocultan precipitadamente y sin avisar tras la niebla del crepúsculo vespertino.
Hoy, por ayer, 11 de enero, un miércoles cualquiera, con un guía de lujo, nuestro compañero senderista Miguel Valois, xixonenc torruá o torruano jijonenco, infatigable andarín de Xixona y La Torre, si no de toda la provincia y cuyo reciente reto, la que denomina ruta o camino del peix, le llevó desde Alcoi hasta La Vila Joiosa tras caminar por sendas y veredas polvorientas casi 50 kilómetros en apenas medio día.
De detrás del parque coqueto de tiempos del alcalde Peixet arranca la ruta de media o de larga distancia que te lleva, si quieres, hasta la mismísima cuna de los juguetes, Ibi. Pero hoy vamos a dejarlo aquí, en este cruce de caminos tal y como se traduce la voz árabe ‘maçana’ que representa un pueblo donde también, de antiguo, se han cultivado con éxito, además de almendros y olivos, manzanos de muy alta calidad. Y aun hoy pueden ser contemplados sus tallos hieráticos y verticales encarnados junto a la carretera que escala, firme y omnipresente, hacia el puerto de Benifallim.
Queremos, tras visitar La Torre cientos de veces en el último medio siglo, conocerla de cerca y de verdad, o sea, sus otros signos de identidad más allá de las rectilíneas sierras de la Grana y el Buitre, en la zona este, o el Rentonar y Els Plans, en la oeste, por no hablar de nuestro particular oasis vegetal y panorámico del siempre presente Montagut, en el límite con Xixona.
Y su vetusto campanario, con un reloj a su vera que quizás sea el más antiguo, desde el punto de vista del mecanismo horario, de toda la Comunidad
O de su torre mayor o casa alta o grande almohade y las estrechas callejuelas allende la plaza de la iglesia y su vetusto campanario, con un reloj a su vera que quizás sea el más antiguo, desde el punto de vista del mecanismo horario, de toda la Comunidad Valenciana. Junto al rinconcito cueva donde se venera, desde antiguo, a la Virgen de Lourdes, que aquí también tiene camino hacia su santuario francés y no sólo el de Santiago por la variante de levante o mediterránea.
Para cuando salvamos uno de los más próximos pulmones verdes que tiene el casco urbano de La Torre, a escasos dos kilómetros del pueblo, en la finca denominada Foia de Boix, con ermita y todo, donde una senda o camino real con laterales pedregosos perfectamente dispuestos hace la ruta aún más amable, sólo el vuelo sorprendente (como ráfagas de un viento distinto al que sopla hoy) de los zorzales o tordos comunes, siempre presentes en este valle repleto de olivos, fuentes y riachuelos, rompe el silencio o el sosiego o la tranquilidad del paseante.
Las hemos visto a decenas, qué digo yo, a centenares, a estas avecillas migratorias cuyo regreso a los bosques fríos soviéticos está ya más próximo, por ello reposan en estos campos donde aún abunda la aceituna que dibuja de negros y verdes los suelos de estos campos, ora yermos, ora arados y perfectamente acicalados.
Con las imágenes perennes y hieráticas, entre el verde aceituna de los árboles, en la distancia, de la Sierra Aitana y del Puig Campana, cada cual a su aire
Dos máquinas de arar, dos tractores a cielo abierto, junto al campo de olivos centenarios, nos hablan de un gran pasado agrícola en Torremanzanas.
En esta labriega casa donde se enseñorea la ermita de la Foia Boix, un remanso de paz y vida natural con las imágenes perennes y hieráticas, entre el verde aceituna de los árboles, en la distancia, de la Sierra Aitana y del Puig Campana, cada cual a su aire.
También paso obligado de otras aves, como las águilas perdiceras (pese a que no hemos avistado ni una sola patirroja en toda la jornada, lo que debería obligar a las autoridades cinegéticas a prohibir directamente su caza para conservar la especie) o incluso, en parejas, de párajos de rapiña tipo halcones y cernícalos, que más parecen disfrutar hoy del devaneo amoroso bajo un sol y una temperatura primaverales que de la caza apostada del zorzal para cubrir su dieta diaria.
Y ese tiempo primaveral en contra de lo que debería ser el gélido invierno torruano de antaño también se evidencia en la vegetación pintoresca de la zona, como ese madroño, cuyos frutos engordan y maduran con el permiso de los mirlos de pico rosado y que demuestran que el cambio de tiempo ha llegado para quedarse, pues estos frutos son propios de octubre y todo apunta a que la planta multiplica, a destiempo, sus floraciones alteradas.
El verde aterciopelado de los campos sin arar de Foia Boix y colindantes, debajo de Canaletes, infunden cierta confianza en el futuro más próximo de esta vegetación, tras registrarse en la zona, en la húmeda primavera pasada, cerca de 1.000 litros por metro cuadrado de precipitaciones.
Son rincones de ensueño por su frescura innata con la Grana no menos verde al fondo, también siempre omnipresente
Son rincones de ensueño por su frescura innata con la Grana no menos verde al fondo, también siempre omnipresente, como la sierra del Buitre más acá o, por babor, el Diago, ya en término municipal de Penáguila con los pimpollos de pino arrancando tras el voraz inciendo veraniego de hace diez años.
Apenas hemos alcanzado la carretera que asciende hasta el puerto de Benifallim y el sonido ligero del agua brava y salvaje nos capta la atención. También el revoloteo imparable e incestante de decenas de abejas que beben en la fuente de Canaletas y que, por momentos, nos impiden saciar nuestra sed no sea cosa que vaya a arrancarse la furia de algún panal en ese orificio de musgo y biodiversidad a chorros.
Els Plans, allí arriba, con sus cuatro o cinco trompas de roca caliza, ya en término de la vecina Alcoi, desde donde se divisan los cuatro puntos cardinales, incluida la famosa isla de Benidorm, también denominada de los periodistas.
Un sonido a agua limpia y cristalina y a abejas en zona de rica miel y, un poco más allá, junto a la carretera zigzagueante, un particular homenaje a la Guardia Civil con dos esculturas metálicas, con tricornio y todo, caminando por entre las coscojas, las carrascas y los pinos y los cipreses.
Y llega el momento ciclista, se diría ciclista profesional por la calidad y fiereza del golpe al pedal y por velocidad a la hora de tomar las curvas con medio cuerpo casi en el suelo. Un sonido particular sin motores a asfalto bravo el de estos corredores que, a buen seguro, hacen noche en algún hotel de Benidorm, Calpe o l’Alfàs del Pi.
Una auténtica gozada la de verlos entrenar, seguidos a buena distancia por el coche escoba con logotipos de su patrocinador, a casi mil metros de altitud, en grupos de cinco o seis, con maillots amarillos, blancos y crema. Por momentos, algunos parecen descender hacia La Torre o Xixona más veloces que los cernícalos que surcan estos cielos en busca de su dieta diaria de tordo.
Y un sanatorio antituberculosos, a 965 metros de altura, al parecer de propiedad municipal, que se cae literalmente a pedazos. Edificio de buena cimentación, dice en su web el Ayuntamiento, que anteriormente fue casa de reposo, colonia infantil de vacaciones y hasta hospital militar en la Guerra Civil. Una verdadera pena, pues el lugar es fabulosamente encantador rodeado de naturaleza salvaje en estado puro, con carrascas y pinos centenarios entremezclados con abetos o hayas, creemos.
Y los manzanos, siempre generosos en estos cultivos de secano, que nada tienen que ver con la toponimia torruana, con sus puntas de lanza rojizas,como llamas, calentado posiblemente la corona de Aitana ante posibles próximas e inminentes nevadas.
Otro signo inequívoco de cambio climático. Almendros injertados de comuna u otra variedad distinta a la mayoritaria marcona, cuya floración arranca a toda vela en la segunda semana de enero. Síntoma de que son, otro año, carne de heladas, que deben andar a la vuelta de la esquina por estos lares cuando de verdad llegue el invierno, corto, pero que seguro nos visitará.
La explosión floral ya se da, entre La Torre y Benifallim, por doquier en cunetas y márgenes de árboles bordes de almendras amargas, Un blanco inconfundible que siempre llega en estas fechas, si acaso una o dos semanas antes este año.
Y una etiqueta de la Generalitat Valenciana quizás de algún análisis y muestra para combatir la temida Xylella.
Pero llega, de verdad, el momento parada y fonda en este cruce de caminos de culturas, naturalezas y seres vivos. Llega el momento potaje de garbanzos con acelgas y jamón, plato de cuchara donde los haya en el santuario de la gastronomía por excelencia torruano desde hace décadas: el Ámber.
Regentado escrupulosa, servicial y educadamente por la familia de Josele, el semáforo de tan céntrica posada pasa de ámbar a verde para reponer fuerzas y sedes hasta con la mítica Xibeca. Ese ámbar que se mantiene, no obstante, en el semáforo de dos licores clásicos que quitan frío y perezas: el cantueso y l’herberet, como ese tomillo real que ha perfumado casi toda nuestra estancia por veredas y senderos en el inconmensurable valle norte de La Torre.
Un pueblo con olor a leña de almendro quemada y a pan recién horneado, donde los guiños hospitalarios puedes hallarlos en cualquier rincón o ventanal de su núcleo antiguo.
Sombras goyescas que multiplican, en el inicio del crepúsculo de la tarde torruana, las sombras de figuras humanas configurando un paisaje fantasmagórico con árboles de por medio. Y la noche caída con la corona rojiza de la Penya Migjorn allí abajo, nuestro punto de partida y de regreso en la jornada de hoy.
Un día de turismo rural y senderismo, de gastronomía de proximidad, que ha resultado una gozada. El verde de pinos y carrascas centenarias de la Grana y del Buitre deviene en minutos color ocre o ámbar como l’herberet y el cantueso, porque el sol busca ya la alcoba.
¡Volveremos a Torremanzanas o La Torre de les Maçanes!, cruce de caminos. Parada y fonda, siempre.
Deja una respuesta