«Narraciones inciertas sobre aparición de fantasmas por la noche para asustar a los trabajadores del turrón»

Relata el escritor Antonio Monerris Hernández en el capítulo de noviembre de su libreto ‘Antiguas Costumbres Jijonencas’, editado por la Asociación de San Bartolomé y San Sebastián en el año 1985, que «el ruido fabril cesaba en el umbral novembrino con el día de Todos los Santos. Los jijonencos acudían al cementerio a visitar las tumbas de sus deudos y los menores, vespertinamente, nos comíamos la clásica ‘doblà’ en los cerros cercanos al camposanto»

«El ruido fabril cesaba en el umbral novembrino con el día de Todos los Santos. Los jijonencos acudían al cementerio a visitar las tumbas de sus deudos y los menores, vespertinamente, nos comíamos la clásica ‘doblà’ (especie de torta de harina, azúcar, aceite, matalahúva, adornada de almendras y cocida al horno) en los cerros cercanos al camposanto, rancia costumbre, desprovista de temores originados por presuntas alucinantes leyendas.

Y por la noche el inmortal drama zorrilesco Don Juan Tenorio no faltaba a su anual cita en el teatro. Las hazañas célebres de este legendario burlador que se arrepentía de sus fechorías en los últimos momentos de su vida moraban profundamente desde tiempos atrás, entre las tradiciones teatrales de la ciudad y en particular representadas en dicha noche.

A este paréntesis laboral, le seguía ininterrumpidamente la temporada del turrón, el exquisito producto acarreador de una antiquísima leyenda que le acerca a un origen, tal vez, árabe.

Este trabajo otoñal (temporà) obligaba a los operarios una vez pasada la primera quincena de noviembre a trabajar durante la noche

Y era cuando surgían en la ciudad, enfrascada en el trabajo fuerte de las fábricas, las narraciones que el vulgo hacía sobre la aparición de fantasmas en las altas horas de la noche al objeto de asustar a los turroneros cuando se dirigían a sus domicilios para descansar después de la árida jornada menestral.

Y al comentario incierto no le faltaba la afirmación positiva e irónica por parte de algún que otro noctámbulo que insistía en la veracidad de tales apariciones en calles, estrechas plazoletas y empinados callejones, formando todo el barullo del pueblo llano, una quimera acerca de las supuestas visiones».

 

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