La sierra jijonenca nos acoge, de nuevo, con los brazos abiertos. Tan abiertos y hospitalarios que no sabemos, después de varios meses de imperativos laborales y climatológicos, por dónde empezar
Y sí, lo hacemos por allí arriba, también cruce de caminos y quién sabe, cruce de fallas tectónicas entre la Penya Roja o del Migjorn y la sierra de la Carrasqueta, mítica donde las haya, incluso para los sufridos ciclistas, hoy en modo carretera y rural, por doquier, desde bien temprano.
El día amanece ventoso. Lo corrobora el color rojizo del primer cielo abierto del día y los algodones de nubes en permanente movimiento, como si fueran atacadas por el ave de rapiña con alas de cíclope.
Se aparca en el solar frente a la no menos mítica Venta Teresa y se saluda a los hermanos Toni, Gloria y María Teresa en una suerte de reverencia a modo de autorización para pisar tan digno terruño y sierra, a espaldas de la posada, parada y fonda, donde no es difícil deleitar papilas gustativas y pituitarias con un apoteósico giraboix, eso sí, por encargo.
Otra jornada ventosa, el peor enemigo posible para los bancales cultivados de almendros, de olivos, viña, caquiers o melocotoneros
Y se saluda al labriego fornido de la zona, al rubio de la montaña de las carrascas, al vigilante de la sierra hacia la costa, el cual se lamenta precisamente de otra jornada ventosa, el peor enemigo posible para los bancales cultivados de almendros, de olivos, viña, caquiers o melocotoneros tras unas lluvias más que discretas en el otoño climatológico recién despedido.
A esas horas, las nueve de la mañana, los grajos se desperezan en grupos de perfecta alineación concéntrica y negra procedentes de los riscos, simas y grietas de las famosas e incónicas Penyes de Roset, al otro lado del inmenso valle de Jijona, en cuyo curso medio confluyen los ríos o torrenteras de Serra y Coscó, afluentes ambos del río de La Torre y del Seco, también denominado de Montnegre.
Ennochece por momentos, pese a despuntar con fuerza el día. Ennegrece el cielo de súbito atosigado por nubes grises y oscuras que, tras dejar las primeras gotas de lo que podría ser aguanieve, amenazan con descargar a lo largo del día.
No es óbito para que sigamos la ruta, esta vez a pie, por la carretera polémica de motos, coches de alta gama y algún que otro impúdico camión basurero, camino del triste y negruzco vertedero.
Ya en la finca Sindiquer, un oasis en otros tiempos que en su día quisieron convertir en huerto de hormigón y hierro forjado, un cazador con un perro perdiguero ni dispara a la presa ni parece que vaya a hacerlo al caminar por senderos cómodos para no topar con el zarzal ni con la pinchante hoja de la coscoja.
Ni el perro parece haberse despertado aún, para bendición de conejos, liebres, perdices y, si se tercia, incluso algún marrano encamado.
Subimos por el sendero, hoy con gran trasiego de ciclistas denominados de montaña, a buen ritmo para rellenar de oxígeno puro y cristalino en vena pulmones, vejigas y riñones. Huele algo a hierba mojada del rocío de la noche, pero es escasa aún la escarcha a estas alturas del año y hasta los impertérritos romeros parecen tristes y aburridos.
En eso que alcanzamos la urbanización Penya Reona, un auténtico remanso de paz y silencio, a casi mil metros cerca del cielo, si acaso sólo roto por alguna tarta cumpleañera.
Más arriba, en el sendero que sube al mollón de la Penya Reona, ya bajan a todo tren, mientras oteamos en la distancia el mar Mediterráneo embadurnado a veces de un poco de sol, ciclistas rurales y runners de postín, como la jijonenca que asciende y desciende picachos, cimas, fuentes y riscos a velocidad de vértigo incansable para cubrir tanto kilometraje, tanto canto rodado en veredas y senderos.
La vista desde el mojón de la Penya Reona hacia el Mediterráneo, Jijona y el faro de Santa Pola es inmejorable, extendiéndose por el valle jijonenco que nace a los pies de este macizo de forma redondeada y color rosáceo.
Para entonces, ya nos avistan grandes machos de cabra arruí o del atlas marroquí y toman pequeñas precauciones, pues son animales bastante dóciles. Varios ejemplares toman el sol en la ladera de esta montaña con forma de barriga cervecera o quizás turronera.
El desalmado de turno, por no llamarle animal de acequia, dejó su impronta en la casa de peones camineros y ahí sigue, para indiferencia de quienes tienen la obligación de mantener en buen estado de conservación nuestras carreteras.
En algunas señales, para sorpresa nuestra, incluso nacen champiñones y malas hierbas, pese a la falta de precipitaciones.
La icónica cima en forma de boca volcánica de Penya Migjorn se enseñorea, en esta ocasión, tras el paso de una camioneta de la compra de la ya digitalizada Mercadona, seguramente camino de la urba de arriba, llamada antes de los ingleses, por ser muchos moradores originarios de las islas británicas y también sus originarios promotores.
La piedra seca, hecha obra de arte por nuestros antecesores, ascendiendo hacia lo alto del puerto de la Carrasqueta.
Los rótulos de la antigua gasolinera de la Carrasqueta nos traen la confusión de la jornada en el epicentro de la carrera inflacionista que se vive en la economía desde principios de año. Lo que hemos visto es, pues, un mero espejismo, para desgracia del descosido bolsillo.
Toni nos tiene preparada, en su justo punto, una cerveza, así que seguimos carretera abajo hacia la Venta Teresa, no sin antes ser saludados por un pelotón de unos quince ciclistas, estos sí, profesionales, por el ímpetu del golpe en el pedal, las vestimentas y el delator coche escoba que los avitualla de vez en cuando.
Otro mentecato o mentecata también ha pintarrajeado el letrero advertencia seria de la dirección de Tráfico al añadir un cero a la estadística siniestra de los motoristas.
El calor humano y de la lumbre resuena ya a las puertas de la mítica Venta Teresa, adonde amenazamos con regresar en breve, pues nuestro regreso a la montaña nos ha sabido a poco, nos ha dejado con la miel en los labios y también, aunque parezca inverosímil, la sal del Mediterráneo empujada por ese molesto, pegajoso siempre, viento de gregal.
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