Sebastià ‘Ostrolica’, el turronero que vendió los dulces en Melbourne sin saberlo

Tras unos días de mucha lluvia en el entorno del barrio Gótico de Barcelona, donde instalaba la parà para comerciar con sus turrones made in Jijona, este emprendedor se montó en un barco en el puerto de la capital condal sin conocer su destino tras dar a probar al capitán y contramaestre la exquisitez de almendra y miel

Es una anécdota que no lo es, a juzgar por la tradición oral y escrita en la cuna del turrón. Es un retazo más de la vida en la que se movían los turroneros de Jijona a principios del pasado siglo, cuando la aventura americana, africana y…australiana y que no hace sino confirmar el espíritu emprendedor y exportador de este tradicional sector del dulce alicantino. El relato es del exalcalde y excronista oficial de Xixona, Fernando Galiana Carbonell, recogido en su interesante e insustituible libro ‘Anales y documentos históricos sobre el turrón de Jijona’, editado en el año 1986 en Gráficas Ciudad de Alcoy y patrocinado por el Consejo Regulador de la Denominación ‘Jijona’ (ahora IGP Jijona y Turrón de Alicante) http://www.jijona.com.

Resulta que Sebastià (Galiana no ofrece los apellidos de este jijonenco, cuya historia también está incluida en el libro ‘Anecdotaria jijonenco’) montaba su puesto o parà con otros veinte colegas y paisanos en la zona céntrica de Barcelona, como Ramblas, Barrio Gótico y hasta la plaza de Colón, en el puerto. Montaba en concreto en un portal de las Ramblas, donde el padre del protagonista de esta historia había conseguido un arriendo de un portal en una casa aburguesada.

La venta no había ido nada bien sobre el 20 de diciembre, cuando las servidoras de las familias aburguesadas visitaban los portales para comprar el mejor dulce navideño. Además, el tiempo no presagiaba nada bueno. Lluvia, lluvia y más lluvia, «lo que retraería a la gente a salir a las calles para hacer sus compras», explica Fernando Galiana. «¿Cómo van a venir al portal con este tiempo de perros? las calles aparecen casi desiertas, sólo se ven los tranvías de mulas, que Ramblas arriba se dirigen hacia Gracia, pasa un día y otro lloviendo».

«Llega a la posada, no muy distante, en Porta Ferrisa y apenas cena. Se acuesta  y no puede conciliar el sueño. Sabe que si mañana, día de Nochebuena, continúa este tiempo, le sobrará todo y de un año para otro, ¿cómo va a guardar el turrón?. Cuando vengan los calores estivales se le podrán enranciar y la clientela que tanto esfuerzo le costó conseguir a su padre y a él se perderá».

De momento, se le enciende la luz en aquella noche de vísperas navideñas en la pensión de Puerta Ferrisa. Si en España es difícil, ¿por qué no probar en el extranjero?.

Buenos Aires y La Habana

Dicho y hecho. Si algunos xixonencs iban a vender turrón a Buenos Aires y La Habana, pero allí se lo comen en Navidad y ya está a punto de terminar. Así que Sebastià se despertó al día siguiente y, consciente de que estaba próximo al puerto de Barcelona, se montó en un ‘Clipper’ de cinco mástiles que había venido desde Australia a traer lana para la industria textil catalana.

No sabía leer ni escribir. Pero el turrón abría muchas puertas y lo dio a probar al capitán y al contramaestre del barco. Llevaba media libra en su bolsillo. Del de textura blanda, único en el mundo e inventado por los turroneros jijonencos a finales del siglo XIX. «Mi voler anar en barco y vendre  això», relata Fernando Carbonell que le dijo a los jefes del barco el emprendedor xixonenc.

Así que subió raudo Ramblas arriba hasta su portal, envolvió cuidadosamente las cajas con espuertas de esparto y cajas confiteras con sacos y cuerdas y las transportó al barco en pleno día de Navidad. Llega, sin saberlo, dos meses después a Melbourne, baja del barco todas sus pertenencias dulces y busca el mercado de aquella inmensa ciudad. Monta su mesa y expones sus turrones de Jijona y Alicante a la población australiana. No era Navidad, pero parece que gusta aquel producto meloso. «A los diez días ya no le quedan más que papeles para envolver y en su faja una buena cantidad cantidad de libras esterlinas de oro», relata Galiana.

Tres meses después de su embarque en el Clipper regresa a Barcelona y de aquí en tren, lleno de cajas de madera confiteras vacías, a Valencia, desde donde toma otro ferrocarril hasta Alcoi

Tres meses después de su embarque en el Clipper regresa a Barcelona y de aquí en tren, lleno de cajas de madera confiteras vacías, a Valencia, desde donde toma otro ferrocarril hasta Alcoi. En una pensión de la ciudad del Serpis llamada Hostal del Racó dejó sus cajas y pertenencias para regresar con su carro días después. A pie, después, por el camino viejo de la Carrasqueta llegó a su casa de la calle Galera de Xixona, cuya esposa Tona se despertó sobresaltada: «Ha vengut Sebastià!!!». Vecinos y familiares se arremolinaron en torno a su casa y él mostró orgulloso sus dobletes de oro con la efigie de la reina Victoria.

  • – Però di-mos, Sebastià, on has estat?
  • – Molt lluny, molt lluny, he anat per mar i em pareix que es diu el poble on he estat Ostrolia.

«Desde aquel entonces, nació otro hombre en la intrépida legión de turroneros que señorearon y señorean nuestro singular producto por el mundo, el del ‘tío Ostrolica’, cuya familia y descendientes así son conocidos hasta nuestros días»

La vida es corta, pero dulce! La vida és curta, però dolça!

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