El silencio casi sepulcral, atronador, calma chicha, del primer sábado de resaca festera tras dejar atrás agosto sólo es roto por el griterío, perfectamente perceptible desde el templete bajo la Torre Blai, de los jóvenes en los garitos etílicos y musicales que anidan en las escaleras del límite con el nuevo mundo, al borde de la plaza del pueblo
Lo primero que nos sorprende en nuestra nueva ruta senderista nocturna por el bello aunque olvidado casco antiguo del pueblo del turrón es que nos pregunta una familia de turistas, que vienen de caminar por las serpenteantes escaleras que ascienden hacia el castillo medieval, por una heladería para probar nuestros turrones y mantecados.
Les enviamos a la próxima Elies conscientes de que el producto es artesano y de que no quedarán tampoco decepcionados con los precios. Confirmación fortuita de que nuestra villa vieja, el barrio de la zona alta, es producto turístico en sí mismo, porque no es la primera vez que nos ocurre lo de tropezarnos con turistas de la provincia o incluso extranjeros.
Rocaza. Que emerge súbitamente de la tierra que escala el montículo jijonenco hacia la atalaya fortaleza sarracena
Desde lo alto, mientras anochece, se observa la luna, media en el arranque de septiembre, empujando para poder sacar la cabeza por lo alto del Cabeçò d’Or y también, hacia el sureste, el semafórico haz de luces que cubre la línea primera de la bahía de Alicante, San Juan y El Campello.
O el destello del faro de Santa Pola, más en lontananza.
Y nos topamos con la primera piedra en el camino. Qué digo piedra, roca caliza.Rocaza. Que emerge súbitamente de la tierra que escala el montículo jijonenco hacia la atalaya fortaleza sarracena. Pedruscos que nos sorprenderán ya en muchas de las calles más allá de las escaleras del Fossar. En cualquiera de callejuelas, con o sin salida, que nos tropezamos hasta lo más alto.
Rocas rojizas, blancas y negras, de piedra dura y perenne a lomos de la fachada, en el rincón de un pasadizo o sobresaliendo cual tumoración de la fisonomía natural de cualquiera de estas calles.
Un atractivo turístico más de esta zona vieja de Jijona maltratada y abandonada desde hace demasiado tiempo por todas las Administraciones y por no pocos de los propietarios de inmuebles, públicos y/o privados.
Y el primer gato que nos observa fija y hieráticamente en la tarde noche y madrugada. Animal icónico y recurrente en el casco antiguo por doquier, los gatos tristes y azules contemplan el paisaje ora tras el enrejado o ventanal de su propietario, ora en aleros de tejados, ventanales y callejuelas públicas, a su libre albedrío.
Una mirada delatante y fría, misteriosa, quizás preludio de apariencias fantasmagóricas que relataremos más adelante, mientras escalamos la subida del paso de la Mandola vigilados por la media luna, por los ojos pardos de los gatos tristes y azules, por la fantasmagórica Torre Blai en la penumbra.
Y carteles decimonónicos incrustados en el cemento con cal de casas seculares a cuyos pies las bajantes estaban prohibidas años ha para el paso de carruajes que no fueran arrastrados por mulas, lo que habla de nuevo de que esta parte de Jijona fue paso fronterizo y vía de comunicación entre el mar y la montaña, entre Alicante y Valencia, entre el Regne y la manchega Castilla.
Aleros de tejado con rosetones cerámicos bellos en una casa cada vez más abandonada propiedad de la Generalitat, la Administración que más debiera dar ejemplo.
Y mientras, el bueno del panader Calderilla, moro verd, en su rinconcito exclusivo de la Mitja Lluna observa lo que sucede en el exterior, con luz verdadera de media luna y algunas conversaciones a media voz en las calles de arriba del Moro Traïdor.
De nuevo, gatos tristes y azules, de mirada parda y ojos negruzcos, observando nuestras evoluciones. Desde dentro y desde fuera. Guardianes infinitos de herencias multiseculares.
Guardianes infinitos de herencias multiseculares
Y calles tras escaleras empinadas inverosímiles, pues por no tener ni tienen salida. Con antiguos patios interiores donde todavía pueblan moreras, higueras y hasta olivos ramificados de hiedras.
Repartidores a pares de pizzas, hamburguesas y kebabs rompen la quietud extrema de la calle Nueva, ya casi en la subida al misterioso pasaje de la Mandola, camino de la Torre Blai y el castillo sarraceno, a siniestra del casco antiguo.
Tratamos con nuestras caminatas de día o en la penumbra por la zona alta y vieja de Jijona comprender su parte más incomprendida, llena de sinsentidos como la calle totalmente oscura de la foto de arriba.
Fantasmas en la noche antes de arribar a la imponente Torre Blai, en lo más alto de lo que queda de nuestra Sexona
La belleza de la noche, quebrada por las heces de perros de amos caninos sin escrúpulos y marranos, a pocos centímetros de papeleras.
¡Sobran estos ciudadanos, por llamarles de algún modo!.
Es ese momento sublime en el que asomas hacia el Mediterráneo en negro, de noche, con las luces de la bahía alicantina reflejando el color turquesa casi imperceptible. En el que la roca sigue descendiendo por arriba del pasaje de la Mandola, con la Torre Blai de testigo somnoliento y fantasmagórico de la media luna de la noche jijonenca.
Ruidos y algún miedo llevadero.
Y más calles vericuetas por cerradas, sin salida, con trampa
Y más rocazas emergentes de dentro de las casas, como si crecieran perennemente; y más calles vericuetas por cerradas, sin salida, con trampa.
En un descenso ya suave por la parte más septentrional de la villa vieja que nos lleva, de súbito, a la ermita cerrada del santo patrón asaeteado, San Sebastián, con rogativa incluida para que nos libre de plagas y chanzas más allá de la fe del ferviente orador.
El silencio se ha apoderado de casi todo, salvo de cuatro o cinco mesitas de conversadores perseverantes en la terraza del casino del pueblo, arteria aorta de la vida local en tórrida noche de cambio de ciclo estacional.
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