Tras una veintena de quilómetros, tras intrincadas subidas y bajadas por barrancos y cerros con bellísimas estampas a lo lejos, todavía tienes tiempo en plena penumbra a inmortalizar en vídeo y fotos el momento mágico de los algodones llenos de plasticidad nadando entre nubes y neblinas
Los ocho grados a las diez de la mañana en la plaza de Xixona bien vaticinaban una tarde fresca arriba, en la sierra. El pronóstico se cumplió. La temperatura era justo la mitad a las siete, ya en penumbra, a las puertas del hotel Pou de la Neu, origen y final de nuestra ruta senderista de hoy. Entre el gélido arranque pese al sol del mediodía y el frío intenso al caer del sol y de la luz, resta un día anticiclónico de libro, tanto que ya aburre en una comarca que necesita como agua de mayo días de persistente precipitación, pues el bosque amarillea como si de principios del verano habláramos.
Pero el aburrimiento climatológico lo suple, con creces, esa singladura por un paraje excelso, si no el que más, del vasto término municipal de Xixona. La ruta consiste hoy en unir Xixona y La Torre de les Maçanes atravesando, tras escalarlo, Montagut, uno de los cerros más bellos intrínseca y extrínsecamente, pues las increíbles panorámicas que te brinda son para enmarcar en los cuatro puntos cardinales.
El oxígeno sabe a miel de romero, por aquí pródigo aunque este año más seco que el bacalao por ausencia de humedad. Bien que lo saben ciclistas y excursionistas en general. No hemos aún bajado del coche en el pequeño aparcamiento frente al hotel del Pou del Surdo cuando las voces desde la nube de carrascas bajas nos avisan de que alguien llega.
Dos ciclistas parapetados con equipo idóneo de montaña, mochila incluida, pedalean firmes en el inicio del camino de piedra que conduce a la antena de televisión. No son los únicos, pues el ciclismo de montaña tiene aquí un escenario a la medida de todas las posibilidades de los gemelos.
El día también ha nacido hoy con telarañas. En el cielo, claro, porque la calima se enroca. Pues ese oxígeno puro en vena sabe, además de a romero, a gloria bendita. También para los senderistas. Un par de ellos aprovechan la tímida salida de rayos de sol en un cielo que ni está cubierto de nubes ni lo quiere estar para hacerse selfies ora con vistas a nuestro magnífico valle de Xixona, ora hacia la monumentalidad de Montagut, delante de la Grana y más allá el omnipresente Cabeçò d’Or, donde una tímida neblina impide divisar los rojos de su icónica roca superior.
Ya ha habido tiempo incluso para que el buitre, quizás leonado como otros tantos en esta selva a camino de la fauna y del hombre, ese buitre decimos siempre ojo avizor, nos dé el saluda por la mañana y la autorización para sendear bajo el concepto del respeto absoluto a la Madre Naturaleza.
En ese cruce de caminos entre la cima dels Plans y la de Montagut, optamos por la segunda, pues nuestro destino hoy no es sino La Torre de les Maçanes. No en balde, nuestro compañero Miguel Valois es, además de persistente e incansable senderista, medio torruano, medio xixonenc, o sea, un anfitrión de excepción a un lado y otro de los permanentes barrancos y bosques de pinos y encinas.
Polvorientos son hoy nuestros pasos. Como hemos dicho, la falta de lluvias es extrema, podría serlo incluso histórica por las fechas en las que nos hallamos y por las semanas y semanas sin caer ni una sola gota destacable.
Con todo, este rincón de la montaña de la Costa Blanca aún tiene recovecos de cierto verdor. Como debajo de la Cova de la Mina, un agujero hecho en la maciza roca que baja desde els Plans hacia Montagut embadurnado con piedra seca y donde quizás emerge algún acuífero, pues sotobosque, pinos y carrascas inmediatamente abajo muestran un aspecto de mayor vida que el resto del bosque.
Y en un tris tras, entre pedregoso y polvoriento caminar, te topas de bruces con el Cabeç de la Barcella, que presenta también cueva de grandes proporciones y que hasta el Pare Belda visitó, exploró, analizó y estudió en su día, lo cual será objeto de otro artículo en este blog.
El cabeç o cueva de la Barcella mirado desde poniente más bien pareciera una pirámide egipcia decorada por encima con pinos blancos más verdes de lo normal y más robustos que en toda la comarca.
¿Pirámide entera enterrada en la montaña hace miles de años?
La Barcella es, además, una suerte de muralla defensiva para vientos y temporales del norte para la montaña objeto de nuestra visita: Montagut. Ya hemos escrito aquí otras veces sobre este mágico monte. Nos parece que tiene magnetismo para todos los sentidos, especialmente para el visual, pues en días claros observar desde aquí arriba el azul turquesa del Mediterráneo al fondo de un mar de bosque verde es una experiencia supina.
La agudeza de esta noble montaña no es sólo desde el punto de vista geográfico, sino incluso mental. El serpenteo del sendero te permite disfrutar, casi simultáneamente, de vistas de ensueño tanto a mano izquierda (La Torre de les Maçanes, Puig Campana, Rentonar y Aitana) como a mano derecha (Vall de Xixona, Carrasqueta, Penya Migjorn y Xixona, en lontananza, el pueblo del mejor turrón, turrón).
Agrestes rincones en los que, pese a la preocupante sequía, se desarrollan formas frondosas de bosque mediterráneo salpicado por la caliza de piedra agujereada por el viento y la nieve de temporales duros de invierno antaño reincidentes.
No hemos visto pinos secos o en proceso de fallecimiento casi súbito de forma aislada en estos montes del norte jijonenco y oeste torruano. Ya lo hemos contado aquí hace unos días, pues el proceso, aunque no generalizado, está generando cierta inquietud hasta en el cuerpo técnico de la Conselleria de Transición Ecológica.
En la mismísima cima del Montagut, justo debajo del eje geodésico donde depositamos para el descanso mochila y garrote, un pino prácticamente centenario amarillea de tal grado que se viste de marrón
Incluso en la mismísima cima del Montagut, justo debajo del eje geodésico donde depositamos para el descanso mochila y garrote, un pino prácticamente centenario amarillea de tal grado que se viste de marrón, lo que equivale en la naturaleza a la muerte. Quizás no tengamos que poner más fotos ni escritos aquí, pero si no hay lluvias abundantes y urgentes posiblemente parte del monte entre directamente en la UCI.
Tras frutos secos, zumos y agua (hoy no hay bocadillo de chorizo), con fotos y videos frente a tanta belleza panorámica, proseguimos la marcha. Es cuesta abajo, tanto que hay momentos de cierto vértigo verdadero. Pero antes aún hay tiempo para descubrir, desde un risco que mira hacia la Barrinà, o sea, hacia el valle de la Torre de les Maçanes, abrigada más allá por el Buitre y la Grana, una perspectiva nueva de Xixona en lontananza escalada serenamente por la curva rectilínea de la Carrasqueta.
Es como si estuviéramos en la frontera. En realidad lo estamos, aunque Xixona y La Torre de les Maçanes sigan siendo pueblos amigos y hermanos, que han vencido rencillas antiguas heredadas precisamente por la historia de los mojones, confines, límites, decretos, nuevas plantas y demás zarandajas de realezas y burocracias.
Sendero abajo, donde la ligera brisa de mediodía despeja quizás algunos sudores del benigno sol de febrero, se descubre no sólo la pendiente en picado, trepidante a veces de no ser por el uso de la garrota, elemento indispensable ante el pedegroso caminar que las motos de trial (delatadas con innombrables marcas de cubierta en la caliza) no han hecho sino acrecentar.
También se descubre que la zona es habitáculo natural para un morador pródigo en estos parajes: el jabalí. Siempre en busca de tubérculos, uno de los platos favoritos de este omnívoro, la montaña parece ahora labrada con mula de antaño para plantación de olivos o almendros.
Tal es el revolucionario olisquear de estos animales, que dejan su impronta como no habías notado hasta ahora en toda la caminata. No nos ha saltado ninguno por poco, porque el monte anda plagado de piaras.
Los animales salvajes, como las personas, buscan dos cosas: alimentos y seguridad. Por ello lo de que el jabalí aquí debe ser plaga. Pues al silencio y a la serenidad de esta montaña, lejos aún del casco urbano de La Torre, se une la extrema cercanía de los abancalamientos. Y de la marcona dorada, hoy en flor rosácea aún, que crece y se desarrolla en la zona. La reina, sin duda, de las pepitas de las almendras, por su aceitoso esplendor y sabor.
Los bancales de almendros de la variedad marcona, que se enseñorea cada vez más, nos lleva a la carretera que une La Torre con Xixona y a un afluente del río torruano, cuajado debajo del puente de zarzamoras que brillan más que las plumas negras de la banda de estorninos que las adornan en enérgico y persistente aleteo.
Allá que vamos a La Torre, parada y fonda. Hoy obligada. Cruce de caminos. Naturaleza y hospitalidad. Con acento profundo y atávico a fiestas dels Fadrins y del Pa Beneït. Sabor ancestral a leña quemada y a chimenea.
Una gozada que, cerca de la finca el Xipreret, antigua casa noble y de labranza, se espolea con el vuelo constante de los tordos comunes o zorzales, esos animalillos que, amantes locos de la aceituna, engordan sus últimos días antes de emprender el regreso migratorio multisecular hacia las selvas centro europeas y rusas.
El rosáceo de los almendros marcones arrecia cerca del casco urbano, quizás porque el rocío de la noche en este hondo entre montañas les permite saciar la sed esencial
Estamos ya casi en modo parada y fonda.
Y nos adentramos por el acceso a La Torre más reciente, donde antiguamente había, junto al riachuelo lleno hoy de hojarasca y un pequeño rumor de agua, un matadero. Y un dispensador de butano.
La calle Xixona es la siguiente vía de comunicación antes de llegar a nuestro particular lugar hoy del yantar,
Sin ruidos ni estridencias ni ansiedad, la gente viene del trabajo y va a tomar la tapa o el café de antes y después de la comida. Tranquilamente.
Los hospitalarios mesoneros nos brindan hoy, para abrir boca, una Xibeca que sabe, más que a gloria, a agua bendecida con cebada de oro
El bar restaurante Amber es a la gastronomía lo que La Torre al sabor mediterráneo rural: nunca fallan.
Los hospitalarios mesoneros nos brindan hoy, para abrir boca, una Xibeca que sabe, más que a gloria, a agua bendecida con cebada de oro. Y una ensalada generosa a la que no le faltan ni granos de mangrana. Y una superlativa crema de calabaza con acertados picatostes. Para rematar, en un ambiente en el que se hablan varios idiomas, unos potentes huevos rotos, que, aligerados después con café y cantueso con fórmula magistral del hostelero, harán más llevadero el regreso para la mitad de los casi 20 kilómetros de esta caminata.
Queda tiempo para disfrutar de una de las mayores exposiciones de bultacos y ducattis restauradas de la provincia, de la mano y obra del artista de la mecánica Primitivo, el hijo del histórico alma mater de las comunicaciones entre el mar y la montaña con la icónica y recordada La Torruana. Habrá que regresar al lugar para contar los encantos de tanta belleza motera.
Un puente nuevo construido en tiempos de políticos de los denominados cuneros junto al antiguo matadero, un gato pardo bizco que se esconde entre la hojarasca de los chopos durmientes en invierno, el rumor del agua que baja de la Font Major, aún con un chorro generoso pese a la sequedad de los acuíferos, y un acueducto de media punta con piedra seca de tiempos de los sarracenos que se mantiene, afortundamente, intacto.
Y el cartel en la carretera de asfalto, junto a otro muro atalusado de piedra seca reciente, nos indica que nos hallamos justo en el arranque de la ruta acertada del Camino de Santiago del Sureste, que subirá por las partidas del Montagut hasta los corrales de Matet antes de escalar, en las estribaciones dels Plans, a nuestro punto de origen en el Pou del Surdo.
Las tierras de labranza aún lo son aquí, en estas tierras siempre fértiles que todavía se miman, se aran y podan, con amor ancestral al terruño. Un manto de pétalos rosáceos nos podría estar indicando que, pese al esfuerzo del labrador, la falta de lluvias arroja la flor antes de hora, tan grande es el debilitamiento de la savia del árbol.
Abancalamientos salpicados por chalets, casas rurales de algunos intrépidos emprendedores económicos e incluso por casoplones a medio hacer que quedaron en la cuneta, quizás, en plena carrera y burbuja inmobiliaria y bancaria.
Al asomarnos al primer gran barranco que debemos de ascender, en esta ocasión por el otro extremo de la partida de Montagut, donde existen distintas subpartidas, incluso una llamada de los Sirvent (apellido de quien esto firma y de infinidad de jijonencos y que también se prodiga en La Torre de les Maçanes), nos asusta felizmente el cercanísimo aleteo enérgico e inconfundible de un bando de perdices veteranas, que han escapado a los perdigones tras la última veda cinegética.
Y la impronta de la temida borrasca Gloria de hace ahora dos años también se deja sentir en esta ladera norteña de la Barcella, con pinos de robusta presencia arrancados de cuajo y hieráticos sobre el sotobosque a la espera de una retirada que, en demasiados puntos de nuestras montañas, se eterniza y dilata por ello la regeneración del bosque espontánea.
La luna sonríe. También embellece los reflejos que, en un margen natural con chorros de gris que emerge de la sierra en ascenso, parecen proteger de la noche noche a una joven pero fornida carrasca.
Las piernas ya notan tanta intrincada subida y bajada, tan enrevesada y noble a la vez caminata.
Pero no es momento de desfallecer. Ni siquiera por la retardada digestión después de tantos huevos rotos, profiteroles, cafeses y cantuesos de fórmula y maridaje magistral.
Porque conforme regresamos se entumecen los hondos y barrancos de un blanco prodigioso. Fantasmagórico.
A lomos de la Grana y del Cabeçó d’Or, a babor. A los lomos de la Carrasqueta, a estribor.
Un mar simpático y misterioso a la vez de nubes entre algodones que, de no ser por la inconfundible cima puntiaguda de la Penya Migjorn, más pareciera el Mediterráneo con el cabo y el faro de Santa Pola al fondo.
Una experiencia única, porque es frecuente observar el efecto de la inmersión o inversión meteorológica en el amanecer, pero no en el crepúsculo de la noche.
Aún hay tiempo para que mi compañero senderista me robe varias fotos en las que Made in Jijona trata de inmortalizar en vídeo y fotos el momento mágico de los algodones preñados de plasticidad entre nubes y neblinas.
Es momento en el que el posadero del hotel restaurant Pou de la Neu aprovecha para hacer la luz. Y en el que el termómetro del coche, en dirección al pueblo del turrón, un poco más abajo de la Carrasqueta, marca apenas sí cuatro grados centígrados en lo que se vaticina una gélida noche anticiclónica de invierno con caminata serena y de recreo de ensueño.
¡Una experiencia turística mediterránea!.
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