De Jijona voy por la cuesta de Ibi y me vuelvo, tras saludar a la Martina, por la de Castalla

Una ruta circular excepcional de unos 10 kilómetros, pese a lo polvoriento del camino debido a la extrema sequía, nos lleva el jueves a tener fe en una lluvia que, por fin, se produce de madrugada y seguro que ha caído como una bendición para pinares y carrascales y sotobosque, por no hablar de la siempre famélica fauna rumiante

Apenas superamos la conocida finca de Sot de la Casa Gran, donde aún se cultivan excelentes patatas y hortalizas y se plantan pereras y melocotoneras, y nos damos de bruces con un grupo numeroso de ciclistas digamos excursionistas por el lento ritmo de su marcha. Nada que ver con los jóvenes equipos profesionales europeos que usan el ascenso intenso al puerto de la Carrasqueta para endurecer sus gemelos. Sin duda, aprovechamos para sacar nuestra primera instantánea, porque nos corrobora que Xixona también es destino de turismo deportivo. Y más que podría serlo.

Tras la diligente frenada del vehículo que nos antecede y la nuestra para garantizar la seguridad de los ciclistas, giramos a la izquierda con dirección a la font de Nutxes, sin lugar a dudas el sinclinar de agua más importante que tiene Xixona y que, pese a la falta de precipitaciones desde el pasado noviembre, sigue manando caudal en sus dos nacimientos. Lo cual no impide que, debido a esa sequía, la balsa de los regantes esté bajo mínimos, pues a falta de lluvia buena es la irrigación con agua que mana caballera.

Aún tenemos tiempo, antes de emprender nuestra marcha de unos 10 kilómetros de hoy en clave circular desde aquí hasta el Alt de la Martina, a 1.150 metros de altitud por la costera o cuesta de Ibi para bajar después por el vertiginoso barranco de Castalla, de saludar a un icono del comercio e industria tradicional del turrón jijonenco.

El diálogo, en siendo senderista, se puede mantener vivamente tanto con la naturaleza como con los amantes de la misma

Con cuarenta años a sus espaldas endulzando a valencianos y turistas, el gerente de Ramos, una coqueta tienda a mitad de camino de la Plaça Rodona y de la de la Reina de València, amante él también del senderismo, el sol y la magia de les Penyes de Roset, su presencia nos demuestra que, pese a ser jueves, en la montaña nunca estamos solos. Y que el diálogo, en siendo senderista, se puede mantener bilateral y vivamente tanto con la naturaleza como con los amantes de la misma.

Empiezan las primeras bifurcaciones en dirección a la font de Roset, con vistas a las impresionantes y enigmáticas peñas del mismo nombre, y también da comienzo el mar de romeros tristemente secos en pleno marzo en el no menos inquietante, por silencioso, Racó de Segura. Una imagen, la de la sequía, de la que ya no podremos desprendernos en toda la jornada senderista.

En forma de romeros o enebros literalmente chamuscados e incluso de pinos centenarios, tal y como ya nos hicimos eco en el blog Made in Jijona hace más de un mes. Por ello, nuestra ilusión, esperanza y fe en esta jornada senderista venía predeterminada por los hombres y las mujeres del tiempo, que vaticinaban lluvias importantes para la provincia de Alicante durante la madrugada del viernes y días venideros.

Se ha cumplido el pronóstico y el agua es, más que de lluvia, bendita por los cuatro átomos de sus costados.

Transponemos el primer repecho hasta la Llibreria, cuyo reciente derrumbe parcial nos llama poderosamente la atención, pues habíamos pasado por aquí hace apenas un mes, y oteamos en el horizonte, además de las omnipresentes rojizas y brillantes Penyes de Roset, el cuarto de los barrancos de este lugar emblemático de la montaña jijonenca: el barranc de Castalla, por donde nuestros antepasados y los antepasados de nuestros antepasados subían sus hatos y mercaderías con mulas y ganados para mantener viva la llama del comercio entre los pueblos y sus vínculos de amistad, amor y paisanaje.

La hiedra en la pared de roca caliza del Salt del Moro, imperturbable a los días, semanas y meses anticiclónicos

La hiedra en la pared de roca caliza del Salt del Moro, imperturbable a los días, semanas y meses anticiclónicos, nos confirma cuan arraigada está en ocasiones la vida frente a certificaciones de otro tipo de destinos.

Y los remolinos y enérgicos escarbados de tierra sedienta y polvorienta nos revela, de nuevo, el elevado y frecuente tránsito de animales salvajes por este rincón jijonenco, con jabalíes, cabras arruis y hasta ciervos por doquier.

Hoy, ni rumiantes ungulados, incluidos los bellos muflones, ni los omnívoros que todo lo huelen y todo lo comen, nos han dado los buenos días, ni las buenas tardes. Como si se los hubiera comido la tierra.

Nos sentimos observados, quizás por el macareno

Aunque en algún momento de nuestra lenta y recreadora subida por la cuesta de Ibi, por aquello de experimentar la conexión directa con la naturaleza, nos hemos sentido observados, quizás por alguno de estos animales, posiblemente por ese jabalí macho solitario, también conocido por macareno, y su escudero, igualmente con buenas y afiladas navajas, a la espera de algún apareamiento inesperado en las camas perfectamente planchadas de esparto debajo de enebros, pinachos y carrascas.

Allá que vamos. La segunda bifurcación del letrerito senderista de marras con la PR correspondiente nos hace abandonar el cauce del río Coscón, afluente del Seco e incluso más escuálido que aquél, y tomar aire, frutos secos y agua para emprender la larga y, en ocasiones, empinadísima caminata.

Pese a estar prohibida la circulación por todos estos montes púbicos, por orden del Ayuntamiento, no es difícil tener que apartarte, de súbito, del sendero principal para dar paso a dos o a media docena de moteros trialeros. Hoy no ha sido el caso.

La montaña rezuma hoy, a pesar de las temperaturas más propias de una primavera avanzada y pese a la falta de humedad del suelo, serenidad, tranquilidad y ensueño. Tres elementos consustanciales a todo amante del senderismo y de la montaña.

Acaso sí esa serenidad de la que hablamos se ve alterada de repente tras avistar, en medio de uno de los muchos y bellos espesos pinares, un ejemplar amarillo, color marrón de muerte vegetal. Por desgracia, no va a ser el único, como ya hemos contado aquí.

Nuestros muchos y buenos contactos en la Conselleria de Transición Ecológica ya nos han dejado claro que el hecho (la muerte de pinos incluso centenarios) no es generalizado, pero sí preocupante. Casos aislados que podrían tener vinculación directa con esa falta grave y persistente de lluvias en la zona.

Sequía y maquinaria pesada

O, en algún caso en particular, arriba, en el entorno del Arcaid, Vivens y la Martina, por la acción de la maquinaria pesada que trabajó sin descanso del verano a Navidad del pasado año para extraer decenas de miles de árboles tronchados o tumbados por la voraz borrasca Gloria.

 

En cualquier caso, se contrapone la imagen de muerte reciente de árboles con la de plantaciones artificiales con más años, que se desarrollan muy a cuentagotas, quasi incipientes.

Allá casi arriba, en la pista forestal que conduce también a los postes de media tensión que se instalaron desde la partida de Roset hasta el barranco de Lloca Malalta (donde los expertos hídricos predijeron un buen manantial) también observamos multitud de pinos caídos por el efecto de aquella borrasca de enero del año 2020. Dos años y los pinos siguen yertos, tiesos como el rocío de la madrugada.

Más pareciera un descuido premeditado de la política forestal municipal y regional en la zona: aquello que no se ve, pues no existe. El cerro en cuestión no es precisamente paso de excursionistas o senderistas, que han de ir a cosa hecha, como hemos hecho nosotros.

Una pena con marchamo ecológico, pues los árboles caídos son mitad de los erguidos

Una pena con marchamo ecológico, pues los árboles caídos son mitad de los erguidos, lo que siempre es un riesgo para aparición de gusanos tomicus o, potencialmente, para pasto de llamas provocadas o por generación espontánea o por mano de humano nada espontáneo y menos aún cabal.

Una primera panorámica hacia Xixona, el valle del río Coscón y, por supuesto, el omnipresente Mediterráneo nos indica que, dentro de poco, en el Alt de la Martina, la vista será de ensueño, a más de mil metros.

Pequeños comederos y bebederos, unos con menos suerte y grano que otros, aunque sí la necesaria agua, revelan que la gestión cinegética no es del todo mala y que perdices, palomas torcaces y ejemplares de caza mayor algo hallan en la sierra para su básica manutención.

 

Como por arte de birlibirloque, la brisa cambiante varía de posición. El cielo, al principio nítido azul despejado, empieza a empozoñarse de nubes divinas, las cuales auguran por levante y por poniente casi una lluvia que, tras vaticinarse, se anticipa casi segura.

Es la hora de la comida, de los frutos secos, bocadillo de atún enlatado, fruta fresca, cerveza sin alcohol y, para rematar la mesa y coger energía y fuerzas, un pedacito de turrón de Jijona, el de textura blanda y elaboración ancestral.

Siempre nos quedará algo de agua para la sed de media tarde mezclada con azúcares y mieles artesanas. Porque la vitalidad que nos proporciona dicha dulce masa se antepone por goleada a la sensación a futuro de boca seca y áspera.

Sillón especial de montaña

Ahora sí, les presentamos nuestro sillón especial de montaña: las esparteras (atocheras en valenciano) nos ofrecen un descanso temporal y natural; eso sí, depués de haber incrustado con fruición nuestro bastón varias veces, no sea cosa que la planta esté cobijando alguna sierpe de lengua incandescente, que no sería la primera vez.

 

Frondosas pinadas a los pies de la casa de vigilancia forestal, con algún pino seco en medio. Otra vez, aunque por fortuna se trata de casos más o menos aislados, aunque frecuentes en este enorme trozo de sierra jijonenca.

Arriba, todavía se observa más este fenómeno de pinos muertos o en camino de fenecer, posiblemente por la sequía, pues en muchos casos el monte ha sido ajeno a la acción de la maquinaria forestal. Una incógnita que sólo el tiempo despejará.

Preocupante final de pinos adultos incluso en la zona de entre cortafuegos, en el corazón de la umbría de Vivens

Avistamos manchas amarillas y marrones de ese preocupante final de pinos adultos incluso en la zona de entre cortafuegos, en el corazón de la umbría de Vivens, el auténtico pulmón verde de Jijona.

Y arriba, en la Martina, junto a la casa del forestal, la balsa llena de agua preparada para casos de incendios y, al lado, el bebedero construido por las autoridades municipales y más seco que un bacalado. Según hemos sabido, está así desde hace tres meses.

Menos mal que hay una charca construida hace más tiempo un poco más allá y repleta de agua, donde incluso los ciervos más huidizos llegan a media tarde a saciar su sed.

 

Y la Penya Migjorn o Migdia ya está tapada por las nubes y neblinas y ya se sabe aquel dicho xixonenc típico de que ‘boira en la Penya, aigua en l’esquena’. Desde hace cuatro meses que no se cumple el refranero popular ni por asomo, pero a última hora de la tarde y, sobre todo, de madrugada se rompe el maleficio.

 

Nos alegra ver zonas de bosque literalmente destrozado por la borrasca Gloria, objeto de nuestro objetivo fotográfico con el que fuimos los primeros en informar de la gravedad de la tormenta sobre el monte jijonenco, nos alegra, decimos, ver el buen trabajo y oficio de la empresa contratada al efecto por Conselleria y Ayuntamiento.

 

Y ya el regreso, a paso ligero barranco de Castalla abajo, entre polvorientas suelas de zapatos y unas lívidas lágrimas que caen del cielo y que nos anuncian posibles lluvias vaticinadas.

 

Hiedras que viven de milagro y que trepan por pinos y carrascas al abrigo de dicho barranco, donde también subían y bajaban las bestias de los jijonencos con el zurrón lleno de trigo, aceite, vino y otras mercaderías.

 

La lluvia empieza a tomar cuerpo de lluvia, pero se queda a mitad de camino en el crepúsculo del día.

Estamos, de nuevo, enfrente de esa mole roja y tectónica de piedra brillante, silenciosa y mágica

Pero, de súbito, sin que haya lugar a la magia, un seco y poderoso estruendo, similar incluso al de una explosión pero con sonidos de piedra caliza, nos hace volver a toda velocidad hacia un risco pensando en que un cacho de peña se venía abajo. No fue así, pero el desprendimiento se produjo y duró unos quince minutos, como ya hemos contado también aquí.

Y no fue precisamente por el andarín pasturaje de los ganados de arruí.

La vida es corta, pero dulce! La vida és curta, però dolça!

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